La fe se vive como comunidad. Y la comunidad universal de quienes seguimos a Jesús es la Iglesia.
Mucha gente piensa que cómo va a ser santa una institución como la Iglesia, con toda la fragilidad y el pecado que hay en su seno. Todo lo que esté formado por personas –gobiernos, empresas, equipos de fútbol, comunidades de vecinos y, también, instituciones religiosas– conlleva una parte grande de imperfección. Esto explica, pero no justifica ninguna equivocación. Al tiempo, también hay en la Iglesia gente realmente bondadosa –más de lo que se piensa– que decide entregar la vida al servicio del Reino de Dios. Porque santidad y pecado a menudo conviven en las mismas historias.
Además es diversa, y cuanto más mejor, porque la unidad no significa uniformidad, y lo que une a todos los católicos es Jesús de Nazaret y el intento de vivir el Evangelio. Somos el Pueblo de Dios que no entiende de fronteras y que quiere caminar con Jesús. El resto, ya sea el Papa, los obispos, sacerdotes, laicos y religiosos de cualquier tipo estamos llamados a servir a esta gran comunidad llevando al mundo la Buena Noticia a través de nuestra vida y de nuestras obras. No debe haber nadie por encima de nadie.
En cada cristiano que forma parte de la Iglesia hay un deseo de santidad. Buscamos estar cerca de Jesús, cada uno a su manera. Igual que Pedro, asumimos nuestra condición de imperfectos pero hay en nosotros un deseo de cambio, de mejora, de aspirar a la perfección, sabiendo que nunca lo seremos por nuestra propia condición humana. Y Dios no abandona a su Pueblo, nos alienta, anima y se sigue haciendo presente de generación en generación. Los santos no son gente sin pecado, sino gente que fue capaz de transparentar a Dios a pesar de su experiencia de limitación. Como la Iglesia.
Nunca podremos reducir la Iglesia a un partido, a un país o a una cultura, porque es universal –ese es el significado preciso de católico: universal–, y esta es una gran riqueza. El Evangelio está llamado a tomar forma en cada rincón del planeta, intentando sacar lo mejor de cada sociedad. La Iglesia tiene un compromiso con el mundo, que no es otro que continuar la obra de Salvación de Dios y mostrar el rostro misericordioso de Jesús a todos los pueblos de la Tierra.