En evidente frustración por haber perdido su partido, el tenista alemán Alexander Zverev azotó su raqueta contra la silla del árbitro en varias ocasiones, rompiendo la raqueta. Durante el partido, el tenista reclamó airadamente la manera en cómo el árbitro marcó una jugada y, parece ser, que esta discusión continuó una vez terminado el encuentro. La rabieta le ha costado, hasta ahora, ser descalificado del Abierto Mexicano de Tenis, torneo donde se suscitó el incidente.

Mucho se ha dicho (y tal vez poco se ha hecho) sobre la presión que se ejerce sobre los deportistas de alto rendimiento y sobre las exigencias que genera la multimillonaria industria del deporte profesional. La pandemia ha puesto sobre la mesa el cuidado que debemos tener con nuestra salud mental y celebridades deportivas como la gimnasta Simone Biles y la tenista Naomi Osaka han colaborado para que el tema sea tomado en serio.

Más allá de lo anecdótico y lamentable que pueda ser el comportamiento de Zverev, me llamó la atención algo que pasó al terminar su rabieta. Antes de salir de la cancha y ante algunos asistentes al partido que parecían solicitarla, Zverev decide darle la raqueta rota a un niño que, por su lugar en las gradas, presenció muy de cerca todo su exabrupto.

Entiendo que cualquiera tomaría la raqueta ofrecida por un tenista superestrella, los recuerdos (o memorabilia) deportiva siempre será afición, negocio o tema de conversación. Es a final de cuentas un recuerdo, pero, me pregunto: ¿de qué? ¿De la vez que vi a una estrella de tenis jugar? ¿De la vez que lo vi perder la cabeza? ¿De la vez en que agredió a un árbitro y fue descalificado? Sin lugar a dudas es anecdótico, aunque tal vez poco edificante.

Los objetos son solo eso, objetos y somos quienes los poseemos (a veces pasa que nos poseen a nosotros) quienes les damos significado o, en palabras de Leonardo Boff, los vamos haciendo sacramento. En mi librero tengo un pequeño cesto con rocas que he recogido con mis hijas en diversos lugares que hemos visitado. Si bien me sería difícil identificar el lugar del que procede cada una de ellas, en su conjunto representan los momentos que disfruté explorando y pasando tiempo con mi familia.
Claro que, como nos ilustra la película Inside Out, los recuerdos no son monocromáticos. En mi mesa de noche tengo a la vista un boleto de una película que mi esposa y yo no alcanzamos a ver por un desacuerdo que tuvimos. Decidí guardarlo para recordarme lo intransigente que puedo llegar a ser cuando me lo propongo.

Rocas. Boleto. Raqueta. Objetos inanimados a las que les conferimos propiedades y significados.

Me pregunto qué significado tendrá la raqueta rota de Zverev para la persona que la tiene ahora en su posesión. De manera más imperante me pregunto si no sería mejor para Zverev haberla guardado como recordatorio de su comportamiento.

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