Estos días de comienzo de la primavera, en las zonas templadas del planeta, la naturaleza vive un cambio asombroso, radical: los caracoles y otros muchos animales que llevaban todo el invierno cerrados en su caparazón o dormitando, salen de nuevo. Las yemas de los árboles se hinchan y se abren dando paso a hojas o a flores. Las semillas que llevan dormidas en el suelo durante meses despiertan, germinan y brotan; los campos sembrados que llevan todo el invierno sin apenas crecer retoman con brío su vida vegetal; los pájaros hasta ahora tristes construyen sus nidos y se preparan entre cantos para la reproducción. Todo parece despertar, brotar, surgir, renacer: una explosión de vida.
¿Qué es lo que produce este movimiento tan espectacular? Fundamentalmente las condiciones de luz, humedad y temperatura. Tres factores que afectan a reptiles, animales, plantas, insectos, mamíferos, árboles, peces…
Y a nosotros ¿nos afecta la primavera? ¿o somos el único ser vivo capaz de alterar estos ritmos? Siempre se dijo que la primavera la sangre altera. La temperatura, la luz y la humedad quieren tener sus efectos sobre nosotros, pero es probable que cada vez nos afecten menos. Hay una carencia que los psicólogos infantiles nombran como trastorno ‘por déficit de naturaleza’, un síntoma del estilo de vida actual, que es parte de ese caparazón que las personas nos vamos haciendo para sentirnos menos afectados por lo que pasa a nuestro alrededor; no sólo en las relaciones con el medio natural, lo cual es evidente, también en nuestras relaciones personales y sociales. Y tiene que ver con un mal modo de entender la vida urbanita, encerrarse en la tecnología, ir a nuestra bola. No nos dejamos afectar, por la Naturaleza pero tampoco por las relaciones, por la vida…
La adolescencia es también un modo de primavera, que puede asemejarse a la explosión de la Naturaleza. Y a veces nos cuesta soportarla en nuestros jóvenes, o la vemos como un mal que hay que pasar, sin darnos cuenta de que es el camino hacia los frutos del verano y del otoño.
La celebración de la Pascua judía también recibe el nombre de Fiesta de la Primavera, y conmemora la liberación de la esclavitud de Egipto (paso de la muerte a la vida) y en esta época se acostumbra a orar por el rocío (esta suave humedad que nos vivifica). La celebración de la Resurrección de Jesús también es como sabemos en la Primavera y es renacer, resurrección, nueva vida, como la que nos ofrece la Primavera. No podemos pasar de largo.
Dejarse afectar, siempre, por todo, es ser humano, vivir en el mundo, en sociedad, con otros. Si no nos dejamos afectar, no viviremos la primavera, las primaveras de la vida. Luz, temperatura y humedad para nuestra vida; la primavera que nos ofrece el espíritu de Jesús resucitado para todo y para todos, para hoy y para siempre.