Esta Semana Santa una multinacional de la hamburguesa lanzó una campaña publicitaria instando al consumo de sus productos veganos utilizando para ello la fórmula de la consagración en la Eucaristía, aquí ligeramente adaptada: «Tomad y comed todos de él, que no lleva carne». La reacción en redes de muchos creyentes debió sorprender a los creadores de la campaña (aunque no hay que descartar que la intención fuera precisamente la de hacer polémica). La cantidad de gente que se pronunció en contra, indicando que no pensaba volver a estos lugares puede estar detrás de la pública disculpa y retirada de la campaña unos días después.
Lo que me parece digno de reflexión es la dinámica generada en redes. Yo soy uno de los que me mostré fastidiado por la campaña. Y me encontré con bastantes mensajes de personas que te niegan el derecho a molestarte por algo así. Los argumentos para ello son múltiples.
Uno, se cita que hay otras cosas más indignantes (desde los abusos en la Iglesia hasta las condiciones laborales en la propia cadena de hamburguesas). Como si fuera excluyente el que o te indignas por una cosa o por otra. O como si uno mismo estuviera poniendo esas cosas al mismo nivel. Evidentemente, con esa línea de razonamiento siempre habrá algo más atroz en nuestro mundo con lo que minusvalorar cualquier motivo de protesta. También he leído, en boca de alguien que se declara no creyente, que «los verdaderos cristianos son los que están con los pobres» (como si fuera incompatible con lo anterior).
Dos, están los que no ven que haya ningún motivo para el malestar. Para ellos es solo un eslogan. De ninguna manera contemplan eso que se llama el «sentimiento religioso». No entienden lo asociado que tiene uno algunas palabras a sus vivencias y a momentos centrales de la práctica religiosa. Es la enésima versión de los artistas transgresores que, cuando quieren llamar la atención, aprovechan iconografía religiosa para provocar. Y ¡ay de ti si te molesta! Ajo y agua.
Tres, están los ataques ad hominem. Si te molesta, el problema es tuyo. Tuyo, que no tienes sentido del humor, que eres un cardo, que tienes la piel muy fina. Que no te lo tomes tan en serio, hombre, que no es para tanto. Total, no se hacía con ningún ánimo de molestar. Si protestas, eres un hater, sembrando odio (eso también lo he leído).
Es evidente que esto no es el mayor problema del mundo, ni de la Iglesia, ni de nuestra sociedad en los tiempos que corren. Y que hay distintos niveles de protesta. Hasta donde sé la reacción han sido principalmente comentarios en redes, lo que no me parece desproporcionado. Sin agonía, sin drama y sin absolutizar. Lo que no dudo es que es legítimo. Pero hay personas a quienes les molesta que a los cristianos nos molesten estas cosas.
Hay adalides de la corrección política que ponen el grito en el cielo ante cualquier comentario que pueda resultar sensible para todo tipo de colectivos. Las acusaciones de machismo, racismo, sexismo, etc. pesan mucho en el mundo contemporáneo. Y conste que a mí no me parece mal un uso prudente del lenguaje. Pero lo que no vale es que los tolerantes lo toleren todo menos que los católicos podamos opinar sobre temas que nos afectan.
Dicho lo cual, y para anticipar objeciones, no, no considero que esto sea la mayor tragedia del mundo. Tampoco creo que esto sea el primer problema que ha de afrontar la Iglesia (interna ni externamente). Creo que cristianos perseguidos –que los hay– no somos quienes tenemos que aguantar un poco de guasa a la contra, son sobre todo aquellos que se juegan la vida a diario por defender su derecho a creer en contextos hostiles. Y comprendo que esta historia de la hamburguesa entra dentro de una reflexión más amplia sobre los límites del humor, que es algo totalmente actual. Que se lo digan a Will Smith y Chris Rock.