Está España conmocionada y sorprendida por la inesperada muerte de Carme Chacón. Una de las figuras más destacadas de la política en la primera década del siglo. Ministra de vivienda primero, y de defensa después, y militante socialista que se retiró de la primera fila de la política tras ser derrotada en las primarias para acceder a la secretaría general de su partido. Hoy se glosa su vida, aparecen innumerables columnas contando su trayectoria, reconociendo sus méritos, y quizás también sus errores.

Es interesante, e ilustrador, darnos cuenta de cómo la muerte, de golpe, pone perspectiva. Cómo rebaja el tono grueso de demasiadas veces, para entrar en el del matiz. Cómo permite que adversarios que alguna vez lo fueron, se reconozcan, antes que nada, personas. Y hablen del otro desde la valoración, el respeto y la moderación Cómo trae la amabilidad a primer término. Lo que es una pena es que esa forma sosegada y respetuosa de hablar del otro llegue solo ante la enfermedad o la muerte. Porque lo que necesitamos, en la vida pública, no es la paz de los cementerios, ni la devastación de los campos de batalla, sino la serenidad de la gente lúcida. En la muerte, y en la vida de cada día.  

 

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