El técnico de una compañía telefónica que vino hace poco a casa me hizo la misma petición que la gestora que me atendió en la oficina del banco: «Cuando te envíen una encuesta para puntuar el servicio, ¿podrías darme la máxima nota? Hace poco echaron a un compañero porque le flaquearon las puntuaciones». Caramba, menudo cargo de conciencia…

Reconozco que tuve dos impresiones contrapuestas con la recomendación, casi súplica, de ambos. La primera tenía su punto de soberbia: ¿quién se ha creído que es para condicionar mi puntuación? ¿cómo voy a decir lo que no es con tal de salvarle de un hipotético despido? La reacción encontrada tenía su punto de travesura compartida, de pillería consentida, entre ellos y un servidor pactando una nota ficticia al margen de sus respectivas compañías, como si nuestro listón de exigencia estuviera por debajo del que establecen los directivos de recursos humanos.

Y de ahí salté a la vida espiritual. Fue un salto arriesgado como aquellos con los que la gimnasta Nadia Comaneci cosechó una colección de dieces en los Juegos Olímpicos de Montreal 76. Tan alto dejó el listón que se modificaron las normas de puntuación para que la expresión de la excelencia que supone la máxima nota no fuera tan fácil de obtener. 

Todo lo contrario que el buen Padre Dios, que está deseoso de darnos la puntuación más alta a poco que lo intentemos. Hemos construido una imagen de Dios como juez implacable y ceñudo que siempre nos saca la peor tablilla cuando nos volvemos a él como si todo lo que uno hace fuera insuficiente. En absoluto

Es más, estoy persuadido de que el Espíritu Santo hace constantemente de cliente capaz de conchabarse con tal de que al operario le vaya bien en su empresa. Que echas una hora de sagrario, ahí va un 10 (aunque te hayas quedado dormido); que rezaste un avemaría y un gloria porque no te dio tiempo a más, ahí va otro 10 (aunque se te fue la cabeza al encargo que no atendiste); que fuiste al comedor social a repartir la comida, pues un 10 (aunque volcaste la sopera y casi te encaras con un usuario); que diste tu testimonio abreviadísimo en el grupo de evangelización, otro 10 para ti (aunque temblabas tanto que no llegaba la voz al cuello de la camisa).

No lo dudes. Tienes la nota más alta porque para eso eres el niño mimado de la clase. Y puedes elegir la carrera que quieras… Sí, hombre, esa que decía san Pablo que había terminado en la segunda carta a Timoteo. ¿A qué esperas para ponerte a correr en pos de Cristo?

 

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