Se acerca vuestra liberación. Que suena un poco a discurso final en una película sobre la Tierra Media. Pero que, de hecho, tiene un componente de realidad del que no podemos escapar con facilidad. Al menos mientras nos expongamos a ella. La Navidad está plagada, por un lado, de invitaciones al consumo y a la fiesta; por otro se llena de recordatorios constantes sobre lo fundamental, como contrapeso. Y, en el entremés, la espera. «Levantaos y alzad la cabeza». Una llamada consciente y repetida que, quizá en estos tiempos, adquiere significados nuevos.
Las pantallas de nuestros smartphones han creado, incluso, nuevos problemas médicos derivados de caminar por la calle mirándolas constantemente. Problemas de cervicales, de espalda, de visión… Y otro problema que va más a lo profundo del corazón y de la mirada interior.
Alzad la cabeza, se acerca vuestra liberación. La provocación más fuerte para mirar al pobre y al triste, para acompañar al anciano, al vulnerable y al enfermo. Y supongo que eso es Navidad.
Hay tanta gente entre “los nuestros” que vivimos la Navidad desde la religiosidad litúrgica, desde la introspección constante, el espiritualismo egoísta. Y, mientras tanto, la historia de Jesús de Belén (no de Nazaret) es la historia del que migra y del que carece. Del que sale de casa y del que se siente solo. Del que no puede pagar las facturas y es desahuciado.
¿Qué liberación se acerca? ¿La de quién? Ni los pobres serán menos pobres después de Navidad, ni los egoístas cambiaremos de golpe todos nuestros miedos e ingratitudes. La liberación no llegará mañana, ni llegará al día siguiente. La liberación es la esperanza. La batalla por el Reino que nos lleva a alzar la cabeza. Sin chaleco antibalas y sin armas.
No es una promesa vacía, qué va. Es una propuesta. No es la seguridad de que todo va a dar un vuelco, de que los oprimidos dejarán de estarlo, de que el Mal se retirará tras la puerta. Es la incitación a no rendirse. A que la subversión tiene sentido, aunque los resultados no se perciban. A entender que el conformismo puede ser la peor de las traiciones. Hay un “fermento en la estructura”, como decía un hombre admirable.
Porque cuando la rebeldía se planta en el corazón del ser humano, ya no hay tiranía que la aplaste, ni tormenta que la arrase. La Navidad no es el final del camino, ni la liberación permanente. Es el inicio de una revolución que traspasa los siglos. Que vencerá algún día, pero que necesita de actos insumisos para ello.