Hoy se celebra el Día Internacional del Libro. Una fiesta que más allá del marketing habitual y de las tradiciones propias de esta fecha primaveral, nos recuerda la importancia de la lengua y de la literatura en la construcción de una comunidad, en la formación de las personas y en la creación de un imaginario colectivo. Por no hablar -ahora que ganan espacio las pantallas- de los beneficios cognitivos, de la sabiduría acumulada, de la apertura de horizontes y de la capacidad de generar sueños y pensamiento propio entre los propios lectores. Judíos y cristianos lo vieron enseguida, e intuyeron que quizás algunas palabras estaban habitadas por Dios. Y son muchos -como Don Quijote o san Ignacio de Loyola- los que se volvieron “locos” por navegar entre páginas y, por otro lado, son también muchos los totalitarismos que han intentado controlarlas, manipularlas y despreciarlas a lo largo de la Historia.
No podemos olvidar que, ante todo, la lengua y la literatura son una versión curiosa del bien común, como lo pueden ser la educación, la sanidad o el medio ambiente. Cuando cuidamos una lengua, estamos cuidando de los otros, porque son vínculos que nos unen entre personas, y que nos arraigan a una realidad común. Y es que no es cuestión de ortodoxia ni de obsesiones ni de puro esnobismo, se trata de reconocer que cuando la usamos correctamente, también amamos el «nosotros», porque sencillamente son los cauces que tenemos las personas para comunicarnos y reconocemos el buen hacer y la sabiduría de los que nos precedieron.
Puede que alguno no esté de acuerdo, pero creo que hablar con corrección y delicadeza nos hace mejores personas, porque nos descentra asumiendo un código común, nos hace pensar en el otro, nos permite comunicar mejor lo que somos y transmitir aquello que realmente queremos decir -sabiendo que eso no lo es todo y que requiere coherencia con los hechos-. Y curiosamente se transmite y se contagia, llevándonos a un círculo vicioso o virtuoso. En un mundo que tiende al egoísmo y a romper vínculos entre las personas, precisamos realidades que nos unan más y mejor como sociedad, y cada lengua es una gran oportunidad.
Ojalá cada día hagamos del lenguaje una forma de reconocer, amar y respetar al prójimo y vivamos cada lengua como una riqueza cultural que vincula personas y realidades, y nunca como una arma política que excluye, divide y separa.