La semana pasada las redes sociales echaban humo porque la RAE había devuelto la tilde al adverbio «solo» en los casos donde hay ambigüedad, evitando de esta forma numerosos errores y ajustando el lenguaje al buen uso del castellano. Un gran alivio para muchos amantes de la lengua de Cervantes y que por otro lado zanja debates tan importantes como el de la cebolla en la tortilla de patata.
El asunto del lenguaje y de sus normas correspondientes nos puede hacer reflexionar sobre el valor de las reglas. En cada uno de nosotros convive la norma que emerge de nosotros mismos y la norma impuesta desde fuera. Nos puede gustar mucho o poco, pueden ser más o menos adecuadas a nuestra realidad –otra cosa son las normas que dañan la dignidad y fomentan la injusticia–, pero por mucho que nos lo diga el mundo son bien necesarias, tanto la externa como la interna, y romperlo implica acabar con una necesaria tensión y un cierto acuerdo social.
Lo ideal para algunos sería vivir sin normas y sin reglas, pero lo ideal no es real, y el ser humano necesita unos mínimos acuerdos para vivir en sociedad, y el lenguaje es un medio. La pregunta pasa por cómo aceptamos con madurez las normas externas, sin caer en dramas ridículos e infantiles y en preguntarnos cómo desarrollamos una conciencia bien formada donde no haga falta las normas externas para cumplir con nuestro deber y ser realmente mejores personas. El gusto por hacer bien las cosas.
Volviendo al lenguaje y más allá de las tildes, el lenguaje crea realidad, por eso conviene aceptar que hay una parte que no viene de nosotros y que debemos aceptar. Al fin y al cabo, el lenguaje nos permite infinitas posibilidades de comunicación y es un camino para llegar a la belleza y que nos une a millones de personas que se comunican con el mismo idioma de generación en generación. No nos centremos, por tanto, sólo en lo que no podemos hacer y hagamos del lenguaje una herramienta para unir a las personas, no para dividir a la sociedad y salirnos con la nuestra. En cada uno está reflexionar con qué espíritu quiere utilizar este regalo que hemos recibido y que entre todos debemos amar, cuidar y custodiar.