Reconozcámoslo: nos gustan los primeros puestos. Por mucho que queramos mostrarnos modestos, que disimulemos diciendo que lo importante es intentarlo… en el fondo, que es donde está esa verdad que no nos atrevemos a confesar, queremos ser el number one.
Creo que no hay ninguna maldad en ello. Nos gusta que nuestros esfuerzos prosperen. Pero no siempre se puede ser el primero. Y si esto no se asume, nos come la frustración. He visto a muchos jóvenes rendirse a ella cuando se les ha resistido ese ansiado primer puesto.
Pero bien es cierto que necesitamos a los «números uno». Hacen falta líderes que guíen, que iluminen, que propongan nuevos retos, que vayan en cabeza marcando el camino. Ahora, si el líder es buen líder, sabe que no es autosuficiente y que necesita de alguien que le ayude a realizar adecuadamente su labor. Ahí entran en juego los segundos puestos.
El segundo puesto es el enlace entre el que va en cabeza y la realidad, sea la del grupo o la del momento. El segundo recuerda dónde está el cielo y dónde el suelo. Sin ese número dos, el que ostenta el uno se dispersa, se pierde entre ideales y sueños. Es ese «segundo puesto» quien escucha, mira hacia delante pero también hacia atrás, y sostiene al grupo y la misión.
Me viene a la cabeza el apóstol Pedro, impetuoso, arrojado, organizador, señalando el camino… y me pregunto qué hubiera sido de él sin alguien que, a su lado, le fuera recordando lo que no se debe perder de vista. Quizás su hermano Andrés, quizás Santiago, quizás Magdalena… no lo sé. Y lo mismo me pasa con Pablo, a quien no imagino sin Bernabé; o Moisés… ¿qué hubiera sido de él sin Aarón? Y el mismo Jesús, creciendo en ese Nazaret pequeño y cotidiano, ¿quién velaría por tan difícil misión si no fuera José? Y tampoco imagino a cada uno de los líderes con los que he tenido la suerte de trabajar sin esa otra persona que, a su sombra, ha cuidado y ha conciliado.
No temamos ocupar el segundo puesto. Ni tampoco el tercero, ni el cuarto… porque todos somos parte, desde donde estemos, de Algo mucho más grande que nosotros mismos y nuestros proyectos: hacer realidad el Reino de Dios.