Generalmente, a mí me parece que una gran fuente de sabiduría es el refranero, porque qué enseña más a uno que la experiencia. En particular, pienso que el dicho «por la boca muere el pez» puede aplicarse en la convulsión internacional que se vive desde hace días. El conflicto entre Israel y Palestina ha llegado a España como un tema político y la sociedad se ha apresurado a dividirse y designar unos buenos y unos malos. Ante esta situación, que me desconcierta, me surgen varias preguntas: ¿moralmente es lícito no tomar partido? ¿soy libre para mantenerme al margen? ¿el conflicto entre dos países lejanos me tiene que importar?

Estas cuestiones me han hecho reflexionar, y creo que para su entretenimiento la sociedad necesita pequeños conflictos o discusiones –los cuales se simplificarían en dos visiones antitéticas–. Este hábito es muy común en escenarios banales como partidos de fútbol. Sin embargo, la guerra no encaja en estos esquemas pese a que en los debates parezca que se hable de una competición deportiva, un mero entretenimiento durante una sobremesa.

Para mí, esta premura de la sociedad a elegir un bando es una falacia vil, que nos hace enfrentarnos por un conflicto del que no podemos comprender ni un ápice y en el que nuestra capacidad de actuar es más que limitada. Y mejor no hablar de la visión infantiloide de «buenos y malos» que se intenta imponer, cuando defender a capa y espada cualquier bando conlleva respaldar terribles masacres en el campo de batalla presentes y pasadas.

Así que, para mí, no tomar partido no sólo es lícito, sino que es lo correcto. Y la decisión más atinada es ignorar los debates de «quién tiene la culpa» o «quién tiene razón» porque nos llevan a una encrucijada irresoluble y traicionera.

No obstante, no defiendo la indiferencia ante la realidad de un conflicto armado, sino todo lo contrario: abandonar la dimensión política puedo ver el dolor de las personas en su totalidad, sin banderas. Desde la impotencia, debo pedir por aquellos que anhelan la paz y sufren la amenaza de la violencia. Pedir por aquellos que se juegan la vida en sus labores humanitarias. Pedir por las almas de aquellos segados por la guerra. Hoy, la fe es mi única arma y la charlatanería lo que me hará picar el anzuelo.

 

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