El modo ordinario de comulgar durante los nueve primeros siglos de la historia de la Iglesia, como atestiguan los documentos conservados, era recibir la comunión en la mano. Ya san Cirilo de Jerusalén, en el domingo de Pascua del año 348, enseñaba a los nuevos cristianos: «Cuando te acerques a comulgar, haz con tu mano derecha un trono a tu mano izquierda que recibirá al Rey. En el hueco de la mano recibe el cuerpo de Cristo, y responde ‘Amén’. Después consúmelo, teniendo cuidado de no perder nada de Él».

A partir del siglo X se fue introduciendo la costumbre de comulgar en la boca y desde el siglo XIII se dejó de comulgar en la mano. Se debió probablemente al interés de defender la Eucaristía de prácticas supersticiosas. Pues se empezó a comulgar en la boca para impedir que algunos se llevasen la Sagrada Hostia consigo para utilizarla con fines mágicos, como era enterrarla en los campos de cultivo con el objetivo de hacerlos más fecundos. También debido a la falta de higiene, frecuente en aquellos tiempos. Se quería evitar que alguien tocara las especies eucarísticas con las manos sucias. De este modo se preservaba la reverencia sobre la Eucaristía, ya que solo las manos consagradas de los sacerdotes la podían tocar.

La costumbre de que los fieles cristianos recibieran la comunión únicamente en la boca estuvo en vigor hasta poco después del Vaticano II. Hoy día en España, de acuerdo con las normas de la Conferencia Episcopal, aprobadas por la Santa Sede, se puede comulgar en la mano o en la boca, a elección del fiel cristiano. Tanto la mano como la boca son miembros del cuerpo humano y no hay razón para pensar que comulgar de una u otra forma ofrezca más reverencia al sacramento o sea necesariamente mejor, más digna o más devota. Lo importante son las disposiciones interiores de la persona que comulga: debe estar en gracia de Dios y ha de acercarse habiéndose preparado con la oración y acompañado de las buenas obras.

En estos tiempos de la pandemia de la COVID-19 en algunas iglesias se ha exhortado a los fieles a comulgar exclusivamente en la mano por motivos higiénicos de protección frente a un posible contagio. Se ha levantado por ello una cierta polémica en algunos ambientes más bien conservadores, e incluso algunas personas –no muchas, gracias a Dios–, se han negado a recibir la comunión si no se les permitía hacerlo en la boca, aduciendo que comulgar en la boca o en la mano era su derecho y no del sacerdote que distribuye la comunión.

Es cierto que comulgar en la boca es un derecho del fiel cristiano, pero en estos tiempos de pandemia ha habido otros derechos que también han sido suspendidos. Los ciudadanos tenemos derecho a movernos por todo el territorio nacional, incluso europeo, también a frecuentar los restaurantes y a participar en celebraciones familiares y de otro tipo. Sin embargo, esos derechos nos han sido limitados en favor del bien común.

Pues lo mismo se puede decir del derecho a comulgar en la boca. Por encima de ese derecho está la superior ley del amor y la caridad. De modo que los cristianos tenemos la obligación de proteger nuestra propia salud y la de los demás por encima de nuestros derechos. Como escribió san Pablo a los corintios en otro contexto: «Si por una cuestión de alimentos peligra un hermano mío, nunca volveré a comer carne, para no ponerlo en peligro» (1Cor 8, 13).

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