No me refiero aquí en este post a la posibilidad de seguir las celebraciones en streaming, etc., que me parece estupendo, sino a si debemos seguir asistiendo a la Eucaristía en el templo en estas semanas de crisis. Esto no es una cuestión de virtud, de mayor o menor confianza en Dios, o de cumplimiento. En algunos países europeos y en algunas diócesis españolas ya se ha tomado la decisión de suprimir la celebración de las eucaristías abiertas a la participación del público. En otras, como acaba de hacerse público en Madrid, se exime a las personas del precepto dominical para que no se sientan obligadas a ir (dejando a su sensibilidad, determinación o conciencia el hacerlo). Y en otras, aún no se sabe –aunque dado el ritmo de las noticias esto va a ir cambiando probablemente en días, o en horas–.

Me gustaría compartir una reflexión a propósito de esto. Valoro mucho, en mi vida y en la vida de fe de las personas, la participación en la Eucaristía, que para mí es esencial.

Ahora bien, ¿conviene suprimir? ¿Mantener? Como digo, voy a dar mi opinión personal. Personalmente, en este punto, creo que serían mejores las decisiones generales, claras, y en este caso restrictivas, en vez de dejar la alternativa a la decisión personal. ¿Por qué? Si se toma una decisión general (como, por ejemplo, ha ocurrido en Italia al suprimir la celebración pública de las eucaristías hasta el 3 de abril), se evita poner el peso y la responsabilidad de la decisión en cada persona, cada párroco, o cada vicaría. Y, ¿por qué creo que sería mejor eso? Porque en este punto la formación, la sensibilidad y hasta los escrúpulos llevarán a muchas personas a la conclusión de que, si hay celebración, pese a no ser obligatorio, deben ir. El problema, recordémoslo, tiene que ver con las posibilidades de transmisión del coronavirus. Se está prohibiendo en la sociedad todo tipo de aglomeración y pidiendo todo tipo de control de aforos. Entonces, ¿qué hacemos con las misas? ¿Ponemos en las puertas gente a contar asistentes y a partir de cierto número decimos que no?

Es más, si en unas parroquias deciden cerrar y en otras no (dada la invitación a que en cada caso se valore lo que hay que hacer), ¿no es eso precisamente provocar que se pueda producir mayor concentración de personas allá donde se mantenga el culto?

Habrá quien diga, con toda fe, y con sincera fe, que Dios protegerá. Pero, ¿no es eso querer forzar la mano al propio Dios? ¿Y si resulta que no? ¿Y si te contagias en el templo? ¿Y si llevas el germen a casa? ¿Y si como consecuencia sufre alguien cercano? Ahora es el momento de preocuparnos no solo por nosotros, sino por todos. Y hacer todos los esfuerzos que podamos por evitar la propagación de este virus.

Bueno, creo que es momento de intentar mantener la serenidad. Y de no perder la calma. De rezar unos por otros, y especialmente por los enfermos y por el personal sanitario que lleva semanas de muchísima tensión.

Respecto a la Eucaristía, en mi parroquia se van a mantener mientras desde la diócesis no se diga lo contrario. Y yo personalmente, pese a mi desazón, seguiré celebrando en público con regularidad, porque creo que esto no es un ámbito para «sálvese quien pueda» y me siento en el deber de obedecer. Pero también, no lo niego, con la sensación de que estamos fallando. Y ojalá sea yo el equivocado.

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