Un amigo mío dice que para terminar una carrera universitaria no hace falta tener mucha cabeza, sino mucho “culo”… es decir, mucha capacidad de estar sentado a fondo perdido digiriendo buenos libros. Y ya que estamos con la metáfora del comer, ¿te has parado alguna vez a pensar por qué muchos universitarios se van a Francia, Italia, Suecia o Alemania para mejorar su currículum y resulta que lo que aprenden es a cocinar?
¿Habrá alguna relación entre la academia y la cocina? ¿Entre estudiar de verdad y sólo “hacer chuletas”? ¿Entre acercarse a las asignaturas dando sólo “vuelta y vuelta” a las cuestiones y hacer del estudio una cosa de cocina tradicional, a fuego lento (a su amor, que decían preciosamente nuestras abuelas), dando tiempo a que uno pueda “hacer la digestión” de los problemas a los que nos acercamos en la Universidad? ¿Cuántas veces estudiamos apresuradamente “para vomitar” lo aprendido, casi para olvidarlo todo una vez hayamos salido del examen? ¿Tendría sentido cocinar para vomitar…? ¿Por qué no probar alguna vez a hacer de los estudios, que nos ocupan la mayor parte del tiempo, una cosa apetitosa y jugosa, saboreando las implicaciones reales de cada disciplina, llegando hasta el fondo de las cosas?
Cuando uno está aprendiendo a cocinar necesita mil instrucciones, apuntes y recetas, pero lo bueno es poder llegar a hacerlas propias y abandonarlas, dando cauce a la imaginación, al cariño y a la creatividad. No se puede vivir “de recetas”, como tampoco tiene sentido aprender sólo a través de los “precocinados” de fotocopias y “refritos” de resúmenes que nos proporcionan otros. En algún momento hay que soltarse y decidirse a preparar un menú suculento y personal para la gente a la que queremos.
A San Ignacio de Loyola le gustaba repetir que “no el mucho saber harta y satisface el ánima, sino el sentir y gustar de las cosas internamente”. Así que parece que en esto del estudio no se trata de tirar para adelante a fuerza de “red-bulls”, a lo salvaje, sino de estudiar bien, sin prisas, dejándonos transformar por lo que aprendemos. Sólo así el estudio nos irá cambiando como personas, recibiendo la propia forma mentis que cada carrera sabe aportar, amueblando y preparando no sólo nuestra cabeza, sino nuestra entera forma de ser.
Ah, eso sí, todo ello sin remover demasiado el “culo” de la silla… que yo creo que algo de razón tiene mi amigo.