Dicen que queremos a la gente que nos da de comer. Desde que nacemos hasta el final de nuestros días necesitamos ser alimentados, y con el tiempo vamos aprendiendo que hay realidades que nos nutren y otras que nos intoxican.

Cuesta comer juntos y reposados en este tiempo de ritmos locos y de fast food. La comida rápida nos sacia aparentemente pero no nos deja satisfechos, nos distrae del verdadero gusto de las cosas y del tiempo necesario para que las relaciones se cuezan. Pasé un tiempo en que hacer la comida para mi comunidad era un reto, ahora se ha convertido  en una bendición. Me habla de mí misma, cuando la hago rápida, de cuán distraída estoy… y es casi un momento terapéutico, que me pone en sintonía con la gente que estará en la mesa, cuando tomo conciencia y vivo lo que significa.

Una monitora de un taller de cocina de Cáritas preguntó a las alumnas al terminar un plato que recordaran los ingredientes que llevaba. Las mujeres fueron diciendo: «carne, pimiento, guisantes…» y al acabar ella les comentó: «os falta uno: poner amor»… El arte en el amor, como en la cocina, consiste en descubrir que lo que le gusta a uno, no necesariamente le gusta al otro del mismo modo.

 Cuentan que Jesús se apareció pidiéndoles algo de lo que habían pescado, para acabar  sorprendiéndoles con un desayuno en la orilla  preparado a fuego lento…¿Os habíais fijado en que con él siempre acabamos comiendo?

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