En el año 1878 el escultor Ramón Álvarez entregaba a la Cofradía de Jesús Nazareno de Zamora el grupo escultórico de La Caída. En él, su autor quiso representar el dramático encuentro de Cristo y la Virgen en el contexto de una de las caídas que Jesús sufrió camino del Calvario.

El centro del paso lo conforma la figura del Nazareno caído en el suelo mientras sostiene la cruz. En torno a él, se disponen dos grupos de tres figuras con actitudes contrapuestas. Por un lado, se ubica la Virgen María en compañía de María Magdalena y, muy cerca de ellas, Simón Cirineo. Por otro, están dos sayones que maltratan a Jesús acompañados por un pícaro niño que porta los instrumentos con los que Jesús será crucificado. Los miembros del primer grupo, con gestos doloridos o al menos compasivos (en el caso del Cirineo) extienden sus brazos hacia Jesús, como queriendo abrazarle y aliviar el sufrimiento que el peso de la cruz le ocasiona. Los gestos de los integrantes del segundo grupo son violentos, desalmados e indiferentes. Así lo demuestran al tirar de la soga de su cuello, golpearle o sonreírle de manera burlona.

En el fondo, el paso de La Caída alude a un momento concreto de la Pasión, pero también representa a nuestro mundo. En el centro de nuestra sociedad, como en el de este paso, también hay gente caída que nos interpela con su sufrimiento. Hay gente que, como la Virgen y la Magdalena, son capaces de reconocer en ellos a Jesús y así sufren con ellos y tratan de ayudarles. Otros, como el Cirineo, se topan con ellos sin buscarlos, pero el encuentro con su sufrimiento hace que su actitud y sus prejuicios cambien. Por el contrario, también están los que (como el sayón de primer plano), ante el sufrimiento de los demás, deciden tirar con fuerza de la cuerda para lograr así que nada les entretenga, que nada alargue su jornada laboral o que ninguna realidad desbarate sus planes y proyectos. Dando un paso más en la crueldad estarían quienes golpean a Jesús, como el otro sayón, aprovechando su situación de vulnerabilidad, pensando seguramente que él se lo ha buscado. Y, por último, están aquellos que (como el niño de los clavos), al haber sido educados en la violencia se han anestesiado ante ella, y así, pueden jugar y sonreír mientras presencian dramas y situaciones injustas.

Pero quizá esta contemplación del paso, pese a ser actual, no llegue a interpelarnos mucho, puesto que en ella todos tendemos a colocarnos en el lado de los que intentan ayudar a Jesús. Por eso, creo que merece la pena dar una vuelta de tuerca más y preguntarnos si dentro de nosotros, en nuestras mociones y actitudes no viven todos los personajes del paso de La Caída. Quizás así, cuando en nuestra vida nos encontremos con Jesús caído, probablemente estemos más capacitados para ayudarle.

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