Vemos una imagen distorsionada de la realidad, que tiene el sello de nuestra mirada y quizá también muy marcada por la imagen que los demás quieren contarnos y mostrar al mundo. Y es aquí donde cabe hablar de la belleza de lo oculto.

Empezando quizá por nuestro Dios, donde su misterio que nos envuelve y nos desborda, permanece casi por entero velado pues nuestros ojos hoy solo alcanzan a ver con una tenue luz una parte de la infinitud de su Amor y de su ser,  pero que sabemos por la promesa que se nos ha hecho que un día se nos dará con la luz de un sol de mediodía.

Basta esta luz para grabar en nosotros su huella y su querer, que no es más que reconocer que Dios quiere tener con cada uno de nosotros una relación íntima, personal que se gesta en la desnudez del corazón, en lo profundo y en lo cotidiano. Ahí solos tú y Dios, ahí solo tú y Dios ven. Ven tu vida convertida en labranza de proyectos, sueños, anhelos, relaciones que conocen de la lucha, del esfuerzo, de intentos, de la dicha y de heridas. A los ojos de otros una ranura a tu vida, a  los tuyos descubres que lo oculto es la savia en la que se apoya tu vida.

Y así la belleza de lo oculto te abre a reconocer que lo oculto de la vida de los otros son semillas de Reino, son bienaventuranza y tierra sagrada y el otro se te revela como un misterio para ti y por tanto siempre con una posibilidad de amor.

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PastoralSJ
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