Una palabra viene a la mente cuando uno ve la foto: Artificial. Y es verdad, según van llegando las noticias, sabemos que artificial es la nieve, la pista, el contexto. Uno tenía asociados los juegos de invierno precisamente a eso, al invierno, en parajes más o menos montañosos, con condiciones climatológicas frías, con nieve real. Por eso mismo los Juegos de Verano podían ser en las grandes megalópolis, pero los de Invierno terminaban llevándonos a lugares de nombres menos conocidos y acceso más limitado: Calgary, Albertville, Sochi o Pieonchan. La sorpresa con Beijing (Pekín solíamos decir por aquí) se ve ahora ratificada con esas imágenes que van llegando. Pero en realidad es la constatación de varias dinámicas. Primero, es posible la recreación artificial de casi todo. Cada vez más la naturaleza va siendo sustituida por la voluntad creadora del ser humano, capaz de convertir una montaña desértica en una pista alpina. Sin embargo, es solo una apariencia. No nos engañemos. Aún no podemos crear glaciares (y los que hay, se están fundiendo). Aún no podemos parar la desertización de amplias regiones de nuestro mundo. Tampoco reforestamos a ritmo suficiente para devolver a nuestro planeta los pulmones que le estamos arrebatando (véase la Amazonía). Pero sí podemos manipular el invierno para competir en un páramo.
No puedo ni quiero generalizar a partir de la foto. No tengo claro si hay mucho invierno o no en aquellas latitudes. También he visto fotos de una pista de snowjumping junto a una central térmica, y de nuevo, la única nieve está en la plataforma. Lo mismo ocurre con las pistas de esquí alpino. ¿Era esto lo previsto desde el principio? ¿Es una sequía invernal imprevista que, sin embargo, las autoridades chinas han capeado con un plan b ingenioso?
No lo sé. Pero todo esto hace pensar en el ser humano. Qué contradictorios somos. Qué capaces, en algún sentido, e incapaces, en otro. Elegimos lo artificial (y no lo digo peyorativamente, aunque tampoco entusiasmado). Nos conformamos con la apariencia que sirve a nuestros fines (al fin y al cabo, ¿se puede o no se puede competir en esas pistas?). Elegimos lo conveniente a intereses políticos, económicos, geo-estratégicos, al margen de una realidad que nos empeñamos en doblegar. Terminamos haciendo sucedáneos de aquello que nos interesa, a veces quitando, por el camino, buenas dosis de autenticidad. Y así vamos venciendo en batallas raquíticas, dejando las verdaderamente necesarias para un mañana que no termina de llegar.