Estas semanas, miles de adolescentes y jóvenes de nuestro país saldrán de sus hogares para lanzarse a numerosas experiencias promovidas por distintas instituciones de la Iglesia católica, desde peregrinaciones y actividades de servicio, hasta retiros varios, campamentos y ejercicios espirituales, dentro y fuera de nuestras fronteras. Acompañados en muchos casos por adultos que regalan su tiempo, su experiencia y, en ocasiones, hasta su dinero.

Para mucha gente esto no es noticia, incluso habrá quienes se mofarán como hacen muchos medios cuando se refieren a la Iglesia. No habrá transgresión ni desfase ni sobredosis de adrenalina, pero detrás de estas actividades hay un rayo de esperanza, para el hoy y para el mañana. Sigue habiendo personas capaces de salir de la parálisis que nos produce la cultura del ocio y bienestar, y vivir de esta forma a contracorriente. Jóvenes valientes que sueñan con cambiar la realidad y trascender el materialismo que nos bloquea para abrirse a algo mucho más grande. Jóvenes inconformistas que dejan el ego en casa y deciden vivir desde el servicio, desde la profundidad y desde la austeridad, porque no es más feliz el que más tiene, sino el que vive con plenitud, con coherencia y con sentido el día a día. Jóvenes que se atreven a vivir de un modo distinto.

En un tiempo en el que la sociedad enaltece la sexualidad, las ideologías, el éxito y el dinero, necesitamos testimonios reales de personas que buscan y que se apasionan por Dios y por la vida. Que no les vale cualquier cosa. 

Ojalá que el día en que dejen de ser jóvenes, no olviden que Dios tiene una promesa para ellos y tengan la valentía para hacer de sus generosos sueños de juventud un modo de vida. Ni más, ni menos.

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