Me pregunto por qué el último éxito del cine francés, Intouchables, en plural, ha sido traducida al castellano como Intocable, en singular. La película, por si todavía no la habeis visto, va de la relación entre un millonario tetrapléjico y un negro de la banlieu recién salido de la cárcel que se convierte en su cuidador. Ambos son por igual los protagonistas de la película, los dos «intocables» y con la misma necesidad de ser tocados en su indigencia, no con lástima sino con dignidad. 

Cuando uno está enfermo o es un marginado social, por poco que conserve un ápice de dignidad, lo último que desea de los demás es la lástima. Antes el desprecio que la lástima. El desprecio al menos es un estímulo y tomado con buen humor hasta nos puede incentivar. Lo único que sabe hacer la lástima, en cambio, es humillar.

Enfermos, marginados, excluídos, apenados… huyamos de la lástima personal y social; busquemos gente e instituciones que no nos miren como víctimas (de la salud, de la fatalidad o del sistema, ¿qué más da?), sino como personas por quienes vale la pena luchar. Cuando tipos como Philippe y Driss se dejan «tocar», la piel deja de ser un obstáculo y «ser tocado» se convierte en el modo de reconocer en el otro tu verdad.

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