Me he acordado varias veces de esta reflexión que Dani Rovira que, para quien no lo sitúe, es un conocido actor y “poeta del humor” malagueño. Él compartió hace tiempo, en uno de sus monólogos, que estaba paseando a su perra Carapapa con la prisa propia que nos marca el ritmo cotidiano, cuando ésta se paró. Tras tirar de ella varias veces sin éxito, se dio cuenta que el animal se había parado a oler una flor y de ahí no se movía. Él se dijo “igual la vida es esto”, pararse de vez en cuando y dar valor a lo que nos rodea.
Y sí, cuando me descubro absorta mirando una puesta de sol. Cuando las horas vuelan zambullida entre las páginas de un libro. Cuando los mejores manjares se convierten en las risas de los enanos que juegan contigo a pasteles de arena de playa. Cuando te sientes parte de ese horizonte que define la línea entre el mar y el cielo. Cuando la belleza de una catedral en silencio te sobrecoge… Igual la vida es esto. Pero, ¿y si no? O… ¿no del todo?
Suena bastante a típica reflexión, pero no deja de estar bien. Esa llamada a no dejarnos absorber por lo urgente perdiendo de vista lo importante, concreto, bello… que nos rodea.
Pero no voy por aquí. No me vale, no me resulta suficiente que la vida sea eso. Aunque me recargue y lo agradezca con lágrimas de emoción. Creo que esos momentos forman parte de la vida, sí, pero una vida que es proyecto, que tiene un ¿qué?, un ¿para qué?, un ¿hacia dónde?, y un con Quién (en mayúsculas).
A veces será entre prisas. Otras a ese paso que permite darse cuenta de lo que nos rodea. En el bullicio o el silencio. Cuidando lo importante, o con la sensación de ser “pollo sin cabeza”… Pero como parte de un proyecto, de “nuestro proyecto”, de Dios conmigo. Y creo que entonces, de verdad, podremos decir “la Vida es esto”.



