Hay situaciones en nuestra vida que nos pueden conducir claramente a la desolación, tal y como san Ignacio la describe: oscuridad del alma, tristeza, sin fe, sin esperanza, sin amor… con la sensación para la persona creyente que está separada de su Señor y su Criador.
¿Alguna vez te has encontrado alguien así? ¿Has vivido esta situación? Yo sí. Hace una temporada una mujer creyente desde hace mil años se acercó buscando alguien que pudiera escucharla y acogerla en la agitación que vivía. Padecía una grave enfermedad. Tratamiento tras tratamiento lo único que había conseguido era perder la vida… la sensación es que la vida se le escapaba como el agua entre los dedos. No sentía más que rechazo y sequedad. ¿Se puede vivir así? ¿No vivimos otras tantas veces como si no viviésemos?
Día tras día, esta mujer, deseaba vivir de otra manera. Con mayor consuelo y acogida de un final que se acercaba triste y mortecino. Pero no podía. No conseguía que su interior se abriera a una presencia desconcertante y transcendente que muchas otras veces le había alimentado y sostenido.
Hoy me acerqué a verla. Fui a su casa, casi con la sensación de despedida. Hoy he visto un milagro. He descubierto la luz en sus ojos y la sonrisa de la niña que se sabe en brazos de un Padre bueno y tierno. Con fatiga, narra la andadura de los últimos días. No más quimios, no más pastillas, no más tratamientos. Me ha dicho: «he cruzado la puerta de los paliativos y ha sido como cruzar el cielo». De repente en mí ha brotado el agradecimiento por ser testigo de la resurrección en vivo y en directo. Dios hace cosas milagrosas en nosotros. Donde había muerte, ahora hay vida. Ella sabe que la pequeñez del reloj de arena, aunque lento y despacio, va llegando… No es que haya dejado de apostar por la vida. Es que ha apostado por la VIDA. Ha dejado que Jesús la Resucite. Experimenta la paz, el consuelo, la alegría y el amor. Siente que su fe es más fe y su esperanza más esperanza. Siente que está experimentando el cielo en la vida. ¿Algo así será ser resucitado?
Está probando en vida lo que le espera en la resurrección. San Ignacio propone afinar nuestra mirada para descubrir cuáles son los efectos que causa en nosotros la Resurrección y pide de nosotros poner la atención en el oficio de consolación que el Resucitado trae a nuestra vida. Ella lo está experimentando. El milagro no es la curación del cuerpo sino la curación del alma. Su vida cotidiana habla de efectos de esta vida resucitada que se transforma en pasos serenos, en conversaciones llenas de alegría, en encuentros y bocadillos llenos de satisfacción y emoción. Está consolada por un Dios bueno en rostro humano en tantas personas como le han salido al cruce de camino para transmitirle la Vida. ¿No tendremos todos que abandonarnos a un Dios así de vitalista y dejarnos hacer por una consolación cotidiana que llene todo de paz y esperanza?