Hoy cumplo 18 años. Esto es lo que se suele llamar una mayoría de edad. Solo que, en este mundo digital, no es tan fácil alcanzarla. Es fácil quedarse en la infancia, o sucumbir en alguna crisis de adolescencia. Pero poder llegar a decir «me he hecho joven» está bien. Entendámonos, hoy me he venido un poco arriba. Yo ya tenía tres años cuando nació Facebook, iba a cumplir cinco cuando nacieron YouTube y Twitter, que no fueron gemelos, pero llegaron con poca diferencia de tiempo. También llegó después Tuenti, pero esta duró poco. WhatsApp me pilló con ocho añitos e Instagram  con nueve. Hay por ahí un bebé que se llama TikTok al que ni he mirado, porque nació cuando yo, a mis quince, estaba en plena edad del pavo. Todo hay que decirlo, que también yo tuve mi crisis de rebeldía en la que quise desaparecer, pero me duró solo unos meses. Es verdad que no me comparo con esos proyectos que he citado, que llegaron tarde pero arrasando. Ni falta que hace. De hecho, me ayudan a hacer lo que tengo que hacer.

Porque sí, yo tengo una misión. A mí desde pequeña me educaron para intentar hacer una cosa: ser un lugar de reflexión, de fe, y de encuentro. Ser un lugar que ofreciera propuestas para poder hacer una lectura creyente de la vida. Y ser un lugar tan lleno de nombres como el corazón de Casaldáliga. ¡Y vaya si lo soy! Tengo tantas memorias de nombres amigos, de gente que ha contribuido a hacer de mí lo que soy… Debo mucha gratitud a muchas personas sin las cuales me hubiera quedado por el camino. No voy a nombrar a nadie, para no olvidar. Pero todos soplamos las velas hoy (eso sí, con mascarilla, no vayamos a liarla). Algunos se hacen viejos conmigo. Algunos estaban al principio y ahora no están o están de otro modo. Otros van y vienen como las estaciones. Otros fueron llegando para quedarse. Los hay que visitan de vez en cuando. Yo necesito comer bastante, para estar fuerte (¿sabéis que ayer publicamos el artículo número 3000?). Claro, para alimentar todo eso hacen falta muchos chefs. Y los hay de todo tipo, que esa es la suerte. Los hay veganos y carnívoros, más jóvenes y más mayores, con diferentes sensibilidades… los hay con más creatividad para unas cosas que para otras, contenidos, diseños, músicas, redes, oraciones… pero creo que en todos hay un elemento común. La fe que se va intentando hacer un hueco en la vida. El respeto profundo por los demás, que hace que cuando uno propone no exige, y cuando expone no ataca. Y la búsqueda de Dios.

Pues, lo dicho, muchas gracias a tantos por hacer que todo esto tenga sentido.

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