El término “hooligan” es un anglicismo que define al seguidor de un equipo de futbol cuyo comportamiento puede ser violento. El equivalente en castellano sería “hincha”, aunque no siempre denota este carácter agresivo, sino, simplemente, apasionado. Sea como fuere, estos dos vocablos se refieren a los partidarios entusiastas de un club deportivo. Un entusiasmo que comporta una adhesión radical hacia lo propio y animosidad hacia el adversario.
En un principio, “hooligans del ego” podría parecer un oxímoron. Si “hooligan” nos remite al colectivo, “ego” nos evoca la individualidad. Ahora bien, el ser humano se realiza dentro de un entorno comunitario. Sin embargo, corre el riesgo de caer en la trampa de percibir en la dimensión grupal una oportunidad para expandir su propio ego y así reafirmar su identidad. Entonces nos convertimos en “hooligans”, en fanáticos incondicionales de un equipo deportivo, pero también de una opción política o de las particularidades culturales de un territorio. En todo caso, estamos realimentando nuestro ego. Luchamos para dilatar nuestra singularidad apropiándonos de una bandera compartida. Nos comprometemos con un determinado colectivo, porque, sencillamente, son “de los nuestros”.
Y los cristianos no estamos exentos de este conflicto a caballo entre la psicología y la sociología, o, mejor quizás, la etnografía. Nos identificamos con un grupo, cofradía, asociación, movimiento, institución o entidad. Tomamos partido por un sector y nos olvidamos de la vocación evangélica a la universalidad. Entonces, nos llegamos a comportar como auténticos hooligans que alardean de su agresividad verbal, a imagen de aquellos discípulos que no se avergonzaban de pedir una lluvia de fuego sobre los que no compartían sus postulados (Lc 9, 54).
Ahora bien, no hay que confundir la conversión con la adhesión a un grupo concreto. En realidad, convertirse implica renunciar a las apetencias de un ego insaciable e insolidario. Esa es la auténtica batalla y los frutos de la victoria tendrían que ser la humildad, la generosidad y la hospitalidad, auténticos antídotos contra el hooliganismo.