Ya hemos hablado de la humildad como elemento imprescindible para vivir con deportividad. Sin embargo hay dos actitudes básicas que están en la base de toda persona humilde y que se hace necesario destacar: la honestidad y el agradecimiento.
La humildad, en el fondo, se puede reducir a ser honesto con uno mismo. Y ahí la deportividad aparece como caballo de batalla frente a tantas situaciones y personas sin escrúpulos que quieren salirse con la suya de cualquier manera: sin respetar normas ni leyes, sin comenzar con igualdad de criterios y oportunidades, aceptando atajos y caminos más fáciles que lo que el espíritu del deporte pide. No cabe duda que la trampa, el chantaje, el doping, el engaño, etc., aparecen como enemigos de cualquier valor deportivo, y la honestidad aparece como voz en la conciencia que nos pide denunciarlos y combatirlos, en uno mismo y en los demás: «Pero sea vuestro hablar: Sí, sí; no, no; porque lo que es más de esto, del mal procede» (Mt 5, 37).
Pero además el deporte enseña a vivir con una convicción moral: todo lo que ocurre es verdad. De hecho cuando alguien falta a la honestidad simulando algo que no es, suscita rechazo en quienes le rodean. Es importante, en el deporte y en la vida, vivir conscientes de que en muchas ámbitos no hay segundas oportunidades y que mis actos tienen consecuencias. De tal manera que no hay lugar para la simulación ni para jugar al escondite. Cualquier deportista es susceptible de padecer las consecuencias de la actividad deportiva de la que participa: ser derribado, frenado, penalizado, golpeado… Y si no lo acepta o se esconde ante ello, ha de ser honesto y reconocer que no está preparado para dicho deporte. Y ya está, ¡¡¡no se es menos por ello!!! Pero lo que no es honesto, ni en la vida ni en el deporte, es gozar de “la bula de los genios”, es decir, que se admita de alguien ciertos engaños y carencias por el mero hecho de destacar en otros ámbitos.
Y, finalmente, el agradecimiento. Porque es imposible ser humilde sin ser agradecido. Y ésta es una dimensión educable, es decir, que se puede entrenar así como la fuerza, las destrezas o la velocidad. Y entrenándola se puede llegar a adquirir una nueva mirada que ayude a disfrutar más de las cosas, percibiendo quiénes están detrás de cada entrenamiento, de cada camiseta limpia, de cada vestuario, de cada partido… Son personas cuyos esfuerzos hacen posible el disfrutar jugando: padres, entrenadores, rivales, árbitros, cuidadores, etc. Tiene que ver con saber reconocerse como criatura y no como Dios, para poder situarnos en nuestro lugar y recibir con alegría y gratitud tanto que es “don y gracia”, y para crecer así en deportividad y humanidad.