Los diversos valores en los que el deporte es escuela para la vida son también camino para crecer en una vida en plenitud, y hacen de quien es capaz de vivir con deportividad una voz que grita en medio de un mundo que no cesa de invitarnos a valores que van en otra dirección. Es un grito que señala hacia una humanidad más digna y verdadera, que invita a soñar con un mundo mejor, y que denuncia proféticamente aquello que va por otros derroteros.
Desde hace años se oye mucho en el mundo del deporte esto del fair play, invitando a una práctica deportiva más humana y justa, que vaya más allá del mero respeto de la norma y excluya todo aquello que degrada el cuerpo o la dignidad de las personas. Y es que cuando un deportista no se limita a cumplir con lo que se espera de él y fija metas más altas que la mera victoria, cuando da un paso más anhelando dignificar su vida o la de las demás personas involucradas, o cuando sus actos apuntan a una justicia que sobrepasa al deporte en sí, emerge una humanidad tan humana que parece divina. Son esos ejemplos de deportistas que con sus esfuerzos, prioridades y actitudes consiguen emocionarnos. Son aquellos atletas que hacen pensar que si el mundo tomase ejemplo de ellos todo iría mejor. Son auténticos ‘profetas’ o ‘apóstoles de la dignidad’, virtud que va más allá del respeto y que tiene que ver más con el honor y con la ética que con triunfos deportivos, focos de televisión y ropas de marca. Ellos son la mejor denuncia contra todo lo antideportivo y sucio que, tantas veces, acampa en el mundo del deporte.
Por otro lado, el deporte libre de impurezas promueve el encuentro de toda la humanidad, superando barreras socioeconómicas, raciales, culturales o religiosas. Promueve así la igualdad y el respeto por la multiplicidad y diversidad de la vida humana respecto al sexo, edad, nivel cultural o tradiciones. El deporte ha de ser señal de que la paz es posible, y los deportistas cargan con la responsabilidad de ser testimonio de ello. La Iglesia es consciente de esta capacidad de testimoniar así el Evangelio, por eso considera que el deporte es herramienta para «promover relaciones fraternas entre personas de todas las clases, naciones y razas» . Por eso, vivir con deportividad supone caer en la cuenta de que las palabras y los actos pueden ser testimonio de que otro mundo es posible. Siempre que comience a construirse desde valores y virtudes que busquen relaciones que dignifiquen a todos.
Foto: En los Juegos Olímpicos de Río, en la carrera de 5000 m, cuando la neozelandesa Nikki Hamblin tropezó hizo caer también a la norteamericana Abbey D’Agostino, quien se detuvo, se volvió para ayudarla y juntas trataron de continuar la carrera hasta que D’Agostino se derrumbó y entonces fue Hamblin quien la ayudó a levantarse. Aunque entraron última y penúltima en la línea de meta, los jueces invitaron a ambas a pasar a la siguiente ronda por su ejemplo de deportividad.