El mundo de hoy necesita héroes. No tanto como los de las películas de ciencia ficción, más bien de carne y hueso, mortales como nosotros, de esos que tienen nombre de calle y pose de estatua con rostro enjuto. Da igual que sean fuertes, inteligentes o tenaces, siempre valientes y preferiblemente imperfectos. Héroes que nunca pensaron que lo serían, pero que las circunstancias adversas, su pasión y sus ganas de dar la vida por lo demás les proporcionaron el heroísmo suficiente para sorprenderse a la adversidad cuando parecía que todo estaba perdido, cueste lo que cueste. Quijotes que se echan a los caminos con arrojo y sin mucho cálculo, sabiendo que su causa es la más noble de todas y que vale la pena dar la vida por la verdad, por la justicia y sobre todo por el amor, sea de la forma que sea.
Y por qué no hacen falta también santos, estén o no estén ya en los altares. Algunos en el cielo, para guiarnos en el camino y recordarnos que la humanidad está unida por la comunión entre personas y que la muerte no tiene jamás la última palabra. Pero también santos en vida, para demostrarnos que se puede vivir desde la fe, para transparentar el bien y para curar y cuidar de otros. Santos de esos que no les importa vivir en la intemperie y lejos del calor de un hogar para dar de comer al hambriento y acoger a quien haga falta. Prudentes y silenciosos, que no dan consejos de vida pero que demuestran lo que es el amor con su mirada y, sobre todo, con sus manos.
Y puestos a pedir, también nos hacen falta profetas. Hombres y mujeres con una sensibilidad especial y un instinto capaz de leer la realidad con hondura y mirar con misericordia el mundo. Profetas que no se dejen llevar por discursos, ideologías o promesas vacías y que abracen la humanidad entera en cada persona. Profetas capaces de descubrir la mentira del impostor y denunciar toda violencia y corrupción. Pero profetas en definitiva que no se queden en el grito ni en la queja como ya hacen tantos otros, más bien auténticos profetas cuya mirada profunda sabe llegar más allá y atisbar la esperanza donde el resto solo vemos muerte y destrucción.