La Iglesia es plural. Y tanto que lo es. Tanto que caben en ella cavernícolas, gente de a pie, y astronautas. O cabemos. No lo sé. No pretendo tener el monopolio de la verdad. Me fío de que, a veces, para evitar que cada quién erija su opinión en verdad absoluta, hay una búsqueda compartida de la verdad, que tiene sus instancias, sus portavoces y un magisterio que trata de ir fijando por dónde se entiende esa verdad. Un magisterio que se mueve, pues más allá del dogma, hay muchas afirmaciones que van cambiando a medida que la comprensión de la verdad es enriquecida por sensibilidades, contextos y formas. Hubo una época en que se decía –y se discutía– sobre si los indios tenían alma (entonces estaba claro que los negros no la tenían), y la discusión servía para legitimar la esclavitud de unos y otros. También en las haciendas de grandes eclesiásticos. La sensibilidad para el cambio nació, muchas veces, en el seno mismo de la Iglesia, en personas que clamaron contra esa situación. Y al principio se les desacreditó, se les acusó, se les criticó. Sin embargo, hoy son figuras de referencia, y reconocemos en ellos inspiración y guía.
Me viene todo esto a la cabeza, cómo no, tras leer la entrevista del nuevo cardenal Fernando Sebastián en el diario Sur, y sus declaraciones sobre la homosexualidad. Creo que lo que plantea el cardenal es parte de esas percepciones que están atascadas en otras sensibilidades y otras épocas. Creo que estamos suficientemente preparados para un discurso mucho más respetuoso, plural y complejo sobre el amor, la diversidad y las diferencias. Lamento de verdad un mensaje como ese en un tiempo como el nuestro. Espero, de verdad, que la diversidad se llegue a apreciar como un valor y no como un problema. Siento el dolor causado a personas homosexuales, también de iglesia, que se sienten, una vez más, incomprendidas y atacadas, por más que se quiera envolver el discurso en una palabra amable.
Hay muchas cuestiones delicadas en la Iglesia. Cuestiones que suscitan incomprensión, enfrentamientos y polémicas. Hoy, en este mundo mediático y crispado, que no encuentra espacio para el matiz y sí para el titular más estridente, ojalá los cristianos, también los que tenemos diferentes posturas ante determinadas cosas, sepamos dialogar desde el respeto y la delicadeza.