Hace un tiempo empecé a practicar yoga, ya sabéis, por probar. Empecé un reto de un mes de yoga paso a paso. Me sorprendió descubrir que el yoga no es solo una práctica bastante exigente, sino que encierra toda una filosofía de vida detrás. El mantra con el que trabajamos ese primer mes fue «fluir sin forzar», aprendiendo a coordinar la respiración con los movimientos del cuerpo.

Con esta intención de fluir sin forzar, se busca reforzar la idea de que todo, hasta las asanas (posturas) más complicadas, pueden conseguirse si se persevera. Y es que, no sería lógico sufrir por no poder levantar la pierna por detrás de la cabeza en la primera clase. Sin embargo, el yoga va preparando al cuerpo muy poco a poco para llegar a esto, haciendo siempre hincapié en que no es éste el objetivo, sino una consecuencia natural de la práctica continuada.

Creo que el verdadero logro reside en conseguir sacar este mantra de la esterilla y llevarlo a la vida diaria. Al igual que hay días donde no conseguiremos que nos salga una sola postura, también habrá días donde no daremos pie con bola en el trabajo, en nuestros estudios o en nuestra familia.

El secreto no está solo en observar qué nos falta para llegar a ser como queremos, pues quien solo mira el camino fijándose en lo mucho que le queda por andar se dará por vencido antes de tiempo. O peor, acabará viéndose consumido por el miedo a fracasar, que convierte cada mínimo fallo en un error imperdonable, en vez de en un aprendizaje. Es necesario celebrar lo aprendido y no dejar de soñar con cómo nos sentiremos cuando lleguemos a eso que tanto deseamos.

Personalmente, yo sueño con que llegue el día en que consiga realizar correctamente un equilibrio sobre las manos, pero sé que aún no tengo la fuerza ni el equilibrio suficientes. Como esto, tantas otras cosas. Deseo que llegue el momento de aprobar mi oposición, de formar una familia y de descubrir qué me trae la vida como consecuencia de las decisiones que he tomado. Pero también sé que aún no me toca vivir eso. ¿Debería amargarme por ello? ¿Debería hundirme por suspender un simulacro? ¿Debería desesperarme cada vez que cambia la normativa (cosa que pasa muy a menudo) y tener que volver a estudiarme algo que me costó semanas aprender? ¿O debo seguir trabajando cada día, hasta conseguir llegar al nivel que piden, con intención, sin expectativas (otro mantra que hemos usado)?

Y es que, al igual que debo coger fuerza en los brazos y el abdomen para poder cargar mi peso cabeza abajo sin caerme, mi mente y mi corazón también deben prepararse y hacerse fuertes para afrontar lo que Dios me pida. Aprenderé a desprenderme día a día de esas cadenas que me van quitando poco a poco la libertad. La oración y la formación son el entrenamiento del espíritu. La confesión, su descanso.

Aun así, sé que cometeré errores y que habrá períodos de mi vida de dudas, incertidumbre e, incluso, desolación. En esos momentos, sé que la oración me pedirá serenidad para ir afrontando los problemas de uno en uno, sin miedo al fracaso, «pues si vosotros, que sois malos, dais cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre del Cielo os dará aquello que necesitáis!».

Así que, en palabras de mi profesora, con esta intención de fluir sin forzar, inhala, exhala. Que tengáis muy buena práctica. Namasté.

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