Hay exposiciones que se ven, y otras que se contemplan. La del Prado sobre Veronese es de estas últimas. Un pintor que no solo dominaba el color, sino que sabía pintar el alma de una escena. Cada lienzo es una invitación a entrar en un mundo donde lo divino y lo humano se abrazan, donde la belleza no es adorno, sino lenguaje. Veronese no representa, sugiere. No retrata, evoca. Y en ese juego de luces, tejidos y miradas, uno encuentra algo más que arte: una forma de rezar con los ojos abiertos. Merece la pena ir, parar, y dejar que algo se despierte dentro.




