Desde hace unos cuantos años, en mi humilde opinión, Eurovisión se ha convertido en un gran muestrario de reivindicaciones y de canciones transgresoras, donde, más allá de la música, lo que prima es dar que hablar. Basta pasearse por las crónicas y por las redes sociales para ver cómo se da más valor a la transgresión, a las reivindicaciones subyacentes o a las características del artista que a la música en sí misma. Y que de tan inclusivos, a veces se convierten en excluyentes con el que no piensa igual -y diría que no muy recomendable para ver con niños, la verdad-. Convergen tantos intereses, que lo más importante es ignorado. Evidentemente, este año, como no podía ser de otro modo, la polémica también ha estado servida por este espíritu babélico.

Está claro que se puede discrepar, pero en esta sociedad polarizada y polarizante, cada vez más necesitamos espacios libres de ideologías -como si fuera el humo del tabaco que enturbia el ambiente-. Espacios no contaminados de causas ni de reivindicaciones -aunque sean muy legítimas en algunos casos- que hagan valorar la música en sí misma, u otro tipo de artes, o el deporte, o la fe, o lo que sea. Espacios donde las ideologías no infecten y no dividan, y no hagan sentirse incómodo al que piensa distinto y quiera disfrutar de un trabajo bien hecho, porque el arte nos lleva a la belleza, a la verdad y a lo sublime, que es mucho más que nuestros propios intereses particulares o colectivos.

Si hay un rasgo en común tienen el arte, el deporte o la fe, es que se ensalza algo que no tiene a priori valor, que no encaja en los parámetros de la utilidad. Y es algo que necesitamos cada vez más y que nos humaniza como sociedad, y que por ello han de convertirse en espacios de inclusión, seas lo que seas y pienses lo que pienses. Espacios donde las diferencias pasan a un segundo plano y donde lo importante sea dar valor a las cosas menos útiles, y quizás más importantes. De lo contrario todo será absorbido por la política.

Al fin y al cabo, no hay peor forma que de atacar la cultura, que contaminarla ideológicamente.

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