La mañana del Domingo de Ramos es para los niños. Es para la ilusión del reencuentro con una vivencia de fe que a los cofrades nos ha marcado desde pequeños, nos ha hecho vivir dos noches de Reyes al año. La del 5 de enero, y la del sábado de Pasión.

Huele a nuevo, a ropa recién planchada y a estreno. Una ilusión que se abre paso tras el desierto de la Cuaresma, tras las jornadas de ayuno y de preparación. El Rey ha llegado. Por eso en Córdoba la Semana Santa la abre Nuestro Padre Jesús de los Reyes. No es un rey de carroza, guardia con armas y cortesanos que le rodean y le ocultan la realidad. No es la cabalgata de Reyes, aunque la noche anterior nos haya reavivado esa ilusión infantil. Es el Rey que se abre paso entre la gente, sin dejar de lado a nadie, sin levantar barreras de seguridad o distancia. Es Nuestro Señor que entra no desde la altura de un caballo, sino desde la humildad de una borrica prestada.

Le acompañan no los grandes y poderosos, sino los descartados, los humildes, los que anhelan una esperanza nueva que les saque del desierto de una vivencia de Dios lejana y difícil, oculta y misteriosa. Los que esperan tocar, sentir, oler, hablar a su Dios cara a cara. Nuestro Padre Jesús de los Reyes se abre paso, entre una multitud ilusionada, como la que imaginamos que se formará cuando podamos volver a disfrutar de la Semana Santa en la calle. Pero no entra en Jerusalén embriagado por las alabanzas que recibe, sabiéndose inmortal y glorioso. Avanza culminando un camino que le ha traído hasta aquí para ser entregado y morir por nosotros. Ni siquiera en este momento de éxito y aclamación puede olvidar que quienes hoy le rodean con palmas como triunfador se verán decepcionados ante su rechazo de dominación y su modo de vivir el poder como servicio y entrega. Sabe que esta gloria que ahora recibe es infantil, caprichosa y que no dudará. Por eso tiene un sentido profundo que las procesiones de hoy estén llenas de niños, porque aquellos habitantes de Jerusalén, como nosotros, somos como niños ante la realeza, buscamos poder y seguridad. Pero la realeza de Cristo no es esa. Intuimos en la figura sobre la borrica otro modo de ser rey. La majestad de quién se entrega por encima de éxitos, aplausos. De quién nos busca como seguidores y no como vasallos.

Comenzamos en el domingo de Ramos nuestro camino definitivo, renovados en nuestra fe tras atravesar el desierto de Cuaresma, sabiéndonos llamados a enfrentar las preguntas fundamentales de nuestros seguimiento ¿Qué he hecho por Cristo? ¿Qué hago por Cristo?¿Qué debo hacer por Cristo? [EE 53].

Esta es la actitud del cofrade, que es recordatorio para todos los cristianos. Caminar tras Nuestro Señor, caminar por los caminos que Él discurrió, como Él lo hizo… y dejarnos interpelar. No dejándonos deslumbrar, sino avanzando por encima de lo que este mundo ofrece, atravesando ese éxito fugaz y caprichoso para entrar en la Vida verdadera, la que Él nos ofrece.

Imagen: Nuestro Padre Jesús de los Reyes, de Juan Martínez Cerrillo (Córdoba)

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