El otro día mi amiga Elena me envió este vídeo, que forma parte de la campaña para el DOMUND 2014. Se titula “La mejor jugada” y nos acerca a una realidad que, hasta hace unos meses, podía yo vivir y tocar cotidianamente. Mientras lo veía por primera vez, los paisajes, las calles, la problemática social denunciada, los personajes, las costumbres, el ritmo y todo lo demás, el corazón y los afectos se me fueron para allá de nuevo… y una gran nostalgia (saudade, que dirían allí) me invadió por completo. Cuando esto ocurre parece normal que surja la pregunta ¿Será que debería estar yo allí?

La pregunta en sí no es mala, de hecho creo que lo honrado antes ciertas circunstancias y acontecimientos es dejarse tocar por dentro y plantearse en serio si se debería hacer algo al respecto no desentendiéndose. Sin embargo hay que intentar descubrir qué es lo que Dios quiere, hay que discernir si es por ahí que el Señor ahora nos llama.

Lo malo es cuando la pregunta evoluciona en medio de la vorágine de pensamientos, y lo que viene a la cabeza es ¿acaso no sería yo mucho más útil en esa realidad y no aquí en medio de un Colegio Mayor, de cuyos universitarios pocos han dejado ya la adolescencia para preocuparse por algo más allá que su próxima fiesta o ligoteo, y en el que algún compañero ya tuvo que hablar con su buzón de voz  por el miedo que da entrar en terreno tan hostil? La respuesta parece evidente…

 Ahora bien, si uno intenta ordenar un poco todo lo que pasa por la cabeza −o mejor, todo lo que se mueve en el corazón− comienza a percibir que la respuesta a ¿dónde debo estar? pasa por un simple ‘aquí’. Hay que estar donde se está. Claro que debemos soñar, y aspirar a mucho, pero siempre manteniendo los pies en el suelo para que los afectos y deseos no nos ausenten de donde estamos. Y es que en todo lugar y con toda persona, hay ocasión de ser anuncio de una Buena Noticia que da sentido a todo, incluso para ese universitario adolescente que no sabe bien lo que quiere, pero cuyo corazón aspira también a una plenitud a la que todos estamos invitados.

 Dijo Dios a Moisés en el Horeb: «Yo soy el que soy» (Ex 3, 14). Pocas lenguas distinguen el verbo Ser del Estar como en el castellano. Me gusta pensar que en su hebreo original también podría traducirse por «Yo soy el que estoy». Lo que está claro es que Dios está, en presente, porque está siempre y en todo lugar. Está de verdad, con todo, para todo, o para todos mejor… Quizás por eso yo también deba estar, pero ¿dónde? Pues eso, estar donde estoy.

Te puede interesar