Es difícil, y caro, y heroico, estar a la última en las nuevas tecnologías. Gadgets variados, juguetes muy costosos que prometen prestaciones inabarcables. Marcas que definen nuestro siglo (Apple, Samsung, Nokia). Móviles. Tablets.  Ahora sale el iPhone5 y se agota en cuestión de horas. Hoy es el no va más. El acabose. Lo último de lo último… pero solo hasta dentro de unos meses, porque tras el 5 vendrá el 6, y el 7, y el 70. Y aunque uno quiera resistirse a este imperativo de la constante mejora, se van generando mecanismos que te obligan a actualizarte, porque los programas dejan de funcionar a medida que cambian los sistemas operativos, y sin moverte te quedas desfasado. Lo mismo da si hablamos de reproductores de música, pantallas de televisión… hasta el lenguaje se convierte en una jerga que hay que aprender a descifrar (pantallas LED, monitores LCD, televisores de plasma, TFT…)

Vamos, que antes de comprar una tele nueva mejor hacer un master.

¿Cómo resistir a este mar que bate, implacable, contra nuestras costas? ¿Cómo echar el ancla si la corriente es tan fuerte que arrastra a cualquiera? ¿Cómo o cuándo decir “basta”? ¿Dónde poner los límites? Preguntas necesarias para un consumidor tecnológico. Tensiones reales, entre lo necesario y lo superfluo, entre estar a la última y quedarse atrás, entre bienestar y consumo.

Tal vez, en medio de la crisis, una cierta austeridad vendrá a redescubrirse como un valor que pueda poner algunas cosas en su sitio; un sitio que aún tenemos que encontrar. Para que la tecnología esté al servicio del ser humano y no el ser humano cautivo de la tecnología.

Te puede interesar