En estos días ha aparecido un artículo en prensa titulado “El buen samaritano es el ateo” sobre un estudio que muestra que los niños y niñas criados en ambientes religiosos son menos proclives a ser generosos. 

No tengo manera de contestar al estudio ni de hacer observaciones, pero como cristiana sí de hacer preguntas. Para ello quizá ayude el enfoque que José Laguna proponía en el cuadernillo de Cristianisme i Justicia Hacerse cargo, cargar y encargarse de la realidad donde a través de la parábola del Buen Samaritano analiza nuestra forma de ver y de actuar como cristianos en el s. XXI.

Dice Pepe Laguna que en la parábola tanto el sacerdote como el levita «viendo no ven», es decir, que teniendo claro que ambos vieron al “hombre medio muerto” ninguno se paró a ayudarle porque según su religión quedarían impuros si lo tocaban. Sin embargo, el samaritano «hizo lo que se esperaba de un pecador como él, impurificarse», es decir, la cosmovisión religiosa fue la causa de la ceguera ante el dolor ajeno. Siendo esto así, quizá no sean tan extrañas las conclusiones del estudio, lo que no quita que sigan siendo inquietantes para los que pensamos que nuestra fe en el s. XXI nos lleva a ser más generosos y compasivos. Bien es cierto que la fe y la religión no tienen por qué ir de la mano y que el estudio alude a las religiones en general. Además, el estudio parece referirse a una solidaridad espontánea, esa que responde o no al ver a una persona siendo agredida en el metro, a un chico subsahariano que está siendo detenido por no llevar la documentación requerida o a una persona sin hogar tiritando de frío en las noches de invierno.

La compasión es quizá una de las claves pare leer este comportamiento. Dice José Laguna que el término griego usado por Lucas en el evangelio (esplagchnisthe) significa abrazar visceralmente, con las propias entrañas, los sentimientos o la situación del otro y que no debemos confundir compasión con lástima porque esta última pone distancia.

En el mismo artículo se habla de otro estudio que muestra que la compasión llevaba a las personas no creyentes a ser más generosas y aseguraba que «Los más religiosos, por el contrario, fundamentan menos su generosidad en las emociones y más en otros factores, como el dogma, la identidad de grupo o la reputación».

Estoy segura de que hay otros estudios que demuestran lo contrario, al igual que estoy segura de que uno siente mil contradicciones cuando lee estas conclusiones, y yo la verdad me acuerdo de las palabras que el jesuita Adolfo Chércoles repite una y otra vez. No recemos con los ojos cerrados, sino con los ojos abiertos, porque es en la realidad, en esa que pasa delante de ti y donde el Dios en el que creemos actúa cada día, donde nos la jugamos.

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