Así me vivo yo con respecto a las redes sociales en particular e internet en general. En un sí, me gustan y las veo muy acertadas; pero en un no, porque enganchan, nos hacen dependientes y te restan creatividad y capacidad de atención. De esto me convencí el pasado fin de semana: se cayó el wifi en la calle en la que vivo, y ahí andábamos agobiados porque no podíamos ver Netflix. ¿Qué hicimos entonces para distraernos? Ver el móvil.

Precisamente en una red social me encontré con el siguiente titular: «Steve Wozniak, cofundador de Apple: “A veces deseo volver atrás en el tiempo, a la era anterior a que existiera internet”». Este señor aún escribe cartas de su puño y letra, y dice evitar Google y Facebook «todo lo que puedo para que no me rastreen». Y en esa contradicción que se destila en su vida, entre la creación de un monstruo de las nuevas tecnologías y su postura ante el empleo de estas, me veo reflejada.

Todos criticamos a los «otros» con respecto a su uso de las redes: que si qué cosas que publica, que qué nos importará a todos lo que coma o lo que se ponga, que qué hace hablando de sus sentimientos, que cómo se le ocurre conocer gente a través de una aplicación… Pero si criticamos es porque nosotros también accedemos a las redes para curiosear y criticar. «No, pero yo no pongo nada», alegan algunos. Sí, pero todos miramos y muchos de los que damos lecciones de «moral digital» (y, ojo, totalmente convencidos de nuestro discurso), terminamos publicando.

Lo que digo: en un sí, pero no. Un sí porque es otra forma más de distraernos; en un no, porque nos olvidamos de otras maneras de pasarlo bien. En un sí porque nos acerca a gente a la que, de otra forma, no llegaríamos; en un no, porque convertimos en secundario el contacto directo. En un sí, porque ayuda a conocer, a difundir, a mostrar, a denunciar; en un no, porque nos convierte en vagos y en jueces de todo y de todos. En un sí, pero no. Y aún no me aclaro.

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