La 5.ª Regla de la Primera Semana de los Ejercicios Espirituales de Ignacio de Loyola dice así: «En tiempo de desolación nunca hacer mudanza, mas estar firme y constante en los propósitos y determinación en que estaba el día antecedente a la tal desolación, o en la determinación en que estaba en la antecedente consolación. Porque, así como en la consolación nos guía y aconseja más el buen espíritu, así en la desolación el malo, con cuyos consejos no podemos tomar camino para acertar».
La frase «en tiempo de desolación, nunca hacer mudanza» es una de las más conocidas y repetidas de todos los escritos de Ignacio. Sin embargo, la pregunta que a veces se obvia al citarla es qué habría que hacer en la situación contraria. Es decir, qué hacer en tiempo de consolación. La respuesta podríamos resumirla también de forma telegráfica, con la esperanza de que se torne tan pegadiza como su contraria: «en tiempo de consolación, siempre hacer acopio». O, dicho de otra manera, cuando sientas la presencia y el consuelo de Dios grábalos en la memoria y guárdalos en el corazón para que, cuando no los sientas, puedas beber y alimentarte de esos recuerdos.
Una historia proveniente de la India que escuché hace poco ilustra la utilidad de esta estrategia espiritual, de hacer acopio en tiempos de abundancia. Ladakh, una vasta y remota región del tamaño de Portugal situada en el norte de la India, está conformada por una meseta que sobrepasa en muchos puntos los 3.000 metros de altitud. Ladakh es un inmenso desierto frío donde la gente vive de la agricultura y el ganado, actividades que dependen del agua que mana de los glaciares.
Hace dos décadas, el ingeniero civil Chewang Norphel, oriundo de esta región, percibió la amenaza que el desbarajuste climático suponía para los habitantes de Ladakh. Empeñado en mitigar las cada vez más frecuentes sequías provocadas por la creciente variabilidad del clima, decidió plantear el reto a su colega Sonam Wangchuk. ¿Cómo se podría recolectar el agua del invierno en el propio valle –es decir, en altitudes mucho menores– y mantenerla congelada hasta que se necesitara para los cultivos, meses después? Tras darle muchas vueltas, se le ocurrió una idea tan sencilla como brillante: construir un glaciar artificial inspirado en una estupa, el santuario budista de forma cónica común en el sudeste asiático. Gracias a su forma, la superficie expuesta al sol sería mínima y conseguiría así perdurar varios meses antes de fundirse. De este modo, construyeron en las umbrías de las montañas unos terraplenes a distintas alturas que, a modo de pequeñas presas, almacenan el agua que en invierno mana de los torrentes, trasladándola mediante unas sencillas mangueras y un aspersor que permite la congelación instantánea del agua durante la noche, cuando las temperaturas bajan de forma drástica hasta –20°C o incluso –30°C. Así crearon unos «glaciares artificiales cónicos» que retienen el agua congelada hasta la primavera, cuando se derrite lentamente y es canalizada y aprovechada en los campos de cultivo.
Esta sencilla y brillante idea muestra la importancia no solo de contar con los recursos locales a la hora de buscar soluciones técnicas escalables –la denominada ingeniería frugal–, sino también de hacer acopio en las épocas de escasez.
Pero, como apuntábamos al principio, estas intuiciones sirven también a nivel personal. Optar por la sencillez, recurrir a la propia experiencia y aprender a guardar en tiempos de abundancia son algunas de las herramientas más útiles para avanzar en la vida espiritual. Porque no basta con ser prudentes en tiempos de desolación, sino también ser astutos en tiempos de consolación, haciendo acopio.