No sólo de frontera, sino de misterio y de abismo tiene algo la mente humana. Porque muchos de sus mecanismos, quizás los que nos hacen más humanos (como la conciencia, el pensamiento abstracto, la búsqueda de sentido o la trascendencia), nos siguen siendo en gran parte desconocidos. O porque uno de nuestros mayores miedos es todavía la enfermedad mental (la propia y también la de otros).

Pero hay algo más. La mente es frontera movediza porque nos separa –¡y a al mismo tiempo nos une!– con todo lo que no soy yo mismo. Es frontera entre el mundo (con sus gentes, culturas, personalidades, lugares…) y mi yo (con mis ideas, mis sentimientos, mis luchas, mis deseos…).   Es frontera entre lo que pasa fuera de mí y la imagen que de ello me hago yo por dentro. Es frontera entre los otros y la idea que yo tengo de ellos.

Por eso, en mi mente puedo alejarme de lo distinto marcando la diferencia entre eso que soy yo (o que creo ser) y todo lo demás; ocurre cuando estoy exageradamente seguro de mí mismo. Pero también puedo alejarme de mi yo real, como si deseara que aquello que llevo por dentro no fuera mío; ocurre cuando estoy exageradamente descontento conmigo o me doy miedo a mí mismo. 

Sin embargo, en mi mente también puedo experimentar la comunión con la realidad, que es creada y redimida por Dios. Puedo dejar que mi mente sea permeable a lo ajeno, manteniendo al mismo tiempo aquello que me hace genuino. Porque necesito de lo otro, de los otros y del Otro para pensar mejor, sentir mejor, desear, amar, orar, resistir mejor. Nuestra mente puede ser también lugar de encuentro y comunión entre lo otro y lo mío, entre el mundo y mi yo. 

Te puede interesar

PastoralSJ
Resumen de privacidad

Esta web utiliza cookies para que podamos ofrecerte la mejor experiencia de usuario posible. La información de las cookies se almacena en tu navegador y realiza funciones tales como reconocerte cuando vuelves a nuestra web o ayudar a nuestro equipo a comprender qué secciones de la web encuentras más interesantes y útiles.