Uno de los mayores impactos de terminar el cole es salir de la burbuja en la que estabas y aterrizar en círculos en los que nadie va a misa, donde parece que ser creyente es motivo de burla, círculos en los que la espiritualidad y la religión se convierten en temas vetados. E inevitablemente, esto te lleva a bloquear una parte de tu persona, a guardarte esta pequeña gran parte de ti muy dentro. Porque todos tenemos esa pequeña faceta de nosotros que no nos gusta que nos toquen, que ridiculicen o que juzguen.
Sin embargo, algo que he llegado a entender casi cuatro años después de haber salido del colegio es que muchas veces ese miedo a ser juzgados no tiene ningún tipo de fundamento. Porque es en las ocasiones en las que he dejado colarse a la gente a través de esa coraza en las que he tenido de las conversaciones que más me han llenado estos últimos años. Conversaciones que sirven para replantearte cuestiones sobre la fe en las que no habías caído, que ayudan a consolidar tus ideas y creencias y en las que, sobre todo, Dios se encuentra especialmente presente.
Porque Dios no nos espera solo en la Eucaristía, reuniones de grupos de fe, adoraciones o en el sagrario. Dios no se encuentra solo presente entre grupos de personas que ya viven desde la fe. Si no que también nos espera en los corazones de aquellas personas, que a partir de nuestro testimonio se pueden ver llamadas a caminar hacia Él. Nos espera, ansioso, en aquellos corazones que, sin saberlo, están sedientos de Él.