Decepcionan los líderes (los políticos y hasta los religiosos) y los personajes públicos entretienen pero no parecen admirables. ¿A quién merece la pena seguir hoy? ¿Quién propone proyectos que merezcan ser secundados? No sirven respuestas baratas ni existe una única contestación. Pese a todo, propongo mi respuesta: ¡seguiré sólo a quien me acerque al centro! No hablo del centro político en el que hasta los más extremistas dicen estar, ni del justo medio que algunos llaman virtud, ni del equilibrio perfecto que pretendemos encarnar (sin éxito). Se acerca más a lo sugerido por el poeta Mario Benedetti:
En el centro de mi vida,
en el núcleo capital de mi vida,
hay una fuente luminosa, un surtidor
que alza convicciones de colores
y es lindo contemplarlas y seguirlas…
En el centro de mi vida,
en el núcleo capital de mi vida,
la muerte queda lejos,
la calma tiene olor a lluvia,
la lluvia tiene olor a tierra.
Buscamos –o al menos busco— personas o convicciones luminosas que sea “lindo” seguir. No las encuentro o me decepcionan pronto. Quizá sea porque no las busqué desde el núcleo capital de mi vida o, aún peor, creí que ellas eran ese núcleo. Fuera de mí hay personas e ideas que parecen valiosas pero que, desde ese auténtico centro, se hunden como ídolos con pies de barro, como ídolos que no pueden salvar (Is 45, 20).
Dentro de mí –aunque no en el centro— hay deseos que me parece imprescindible seguir y cumplir. Cuando buceo un poco a “lo más íntimo de mi propia intimidad” –donde, como dijo Agustín, habita Dios mismo— muchos de esos deseos se muestran vacíos, inútiles… También me ocurre lo contrario: si me aproximo a ese centro de la vida, me atraen otras personas y otros modos de vivir, hasta cosas que me espantaban se vuelven deseables… y es lindo contemplarlas y seguirlas. Desde el centro todo adquiere luces y colores nuevos, nuevos y mucho más brillantes.
Esto me lo contaron porque yo nunca estoy en el centro de mi vida.
Con este mazazo termina Benedetti su poesía. No es imposible, ni tan lejano a ti o a mí. Ante el riesgo, sólo merece la pena seguir a quien nos acerque al centro. En la tradición bíblica, el centro se identifica con el corazón (Dt 30, 14) y la vida auténtica consiste en ir, como decía aquella novela, donde el corazón nos lleve. Pero hay un viaje previo, quizá el más inaplazable: el viaje a nuestro propio corazón. Necesitamos urgentemente guías para caminar –y para volver una y otra vez— a nuestro propio centro donde habitan el Guía (con mayúsculas) y su asombrosa fuente luminosa. Que no nos lo cuenten.