Esta semana el Defensor del Pueblo español ha presentado su informe anual acerca de la crisis económica y la desigualdad, y es inevitable sentir un escalofrío al leer los titulares. La imagen que ha usado el Defensor del Pueblo al presentar sus conclusiones a la prensa ha sido la de un ascensor que estaba subiendo antes de la crisis, y que empujaba los derechos sociales y civiles, y que tras la crisis ha cambiado su rumbo para empezar a bajar, hacia «un pozo de desigualdad sin precedentes».
Ahora que empieza a hablarse de recuperación, que parece que la crisis económica empieza a ser algo de lo nos estamos despegando, no es malo recibir un baño de realidad que nos recuerde el amplio camino que nos queda por hacer. No está todo solucionado, lo sabemos. Pero lo que nos recuerda este informe es que ni siquiera estamos trabajando para cambiar el rumbo y revertir la tremenda desigualdad y pobreza que tantas personas viven a nuestro alrededor. Estamos cayendo, y ni siquiera estamos intentando frenar la caída. Vivimos en una sociedad más desigual, más pobre y más precaria. Y dentro de un año lo será más aún si seguimos haciendo lo mismo que hasta ahora.
¿Y qué hacer? Vivimos unas semanas de movilizaciones, de protestas, de mostrar el descontento, especialmente desde los pensionistas, uno de los sectores que más duramente vive la desigualdad y la pobreza. Salir a la calle y visibilizar nuestro desacuerdo con las políticas que nos están conduciendo hacia ese pozo, puede ser un buen medio para hacer que se frenen. Pero no basta. Porque no depende sólo de ‘los de arriba’: políticos, empresarios, economistas… cambiar esa dirección. Asumir nuestra responsabilidad y ejercerla puede ser la otra vía que complemente las protestas. El medio que nos ayude a revertir el camino hacia la desigualdad que estamos haciendo ahora, donde la intemperie y la opulencia crecen al mismo ritmo en direcciones opuestas.
Si realmente creemos en que es necesario un cambio de rumbo, nos daremos cuenta de que no basta solo con señalar con el dedo hacia arriba y exigir cambios, aunque también sea necesario hacerlo. También cada uno de nosotros tiene un papel que jugar y un hombro que arrimar para detener la caída. Ponernos en juego, con los ojos abiertos y el corazón dispuesto. Listos para coger al que cae, levantarle y ponernos en camino junto a él.