Una de las grandes preguntas del ser humano, hoy y siempre, es por qué Dios no habla o actúa ante el mal, el dolor o el sufrimiento. Ante esta pregunta siempre recuerdo la escena de Silencio de Martin Scorsese cuando Dios le recuerda al protagonista que él nunca ha estado callado, sino que le ha ido hablando por medio de todo lo que ha acontecido en su vida.
En nuestro tiempo parece que Dios ha perdido la voz, que ya no tiene nada significativo que decir para nuestros contemporáneos ¿Por qué se ha callado Dios? O mejor dicho ¿hemos silenciado a Dios? Al cuestionarnos por el silencio de Dios no podemos buscar excusas (sociedad secularizada, las políticas anticristianas o las conjuras persecutorias). A Dios lo callamos los cristianos cada vez que no le dejamos valerse de nuestra voz para proclamar su mensaje de esperanza y salvación.
Con demasiada frecuencia se echa en falta nuestra voz. Sí, en primera persona del plural, la de la Iglesia. Una voz que no solo hable de sí misma sino que mire hacia afuera. Una voz que nace de la escucha, que acompaña, que empatiza, que celebra y que llora en el devenir de nuestro tiempo y de nuestra sociedad. Una voz libre, sin presiones políticas o económicas, sin miedo al rechazo o a la controversia. Una voz propositiva e ilusionante, que construye, que enriquece, que cura. En definitiva, una voz que desde la fragilidad humana intenta hacer de altavoz al susurro de Dios que recorre el mundo.
Es tiempo de evitar la falsa seguridad que se cimienta el miedo y la cobardía, y ser realmente testigos en nuestros espacios. Confrontemos nuestro silencio y preguntémonos ¿cuántas veces he callado la palabra que Dios me puso en el corazón para quien la necesitaba? ¿Damos testimonio del Dios que da su Palabra hasta las últimas consecuencias? Callar puede resultarnos la opción más fácil: evita el conflicto, protege nuestra imagen, nos salva de problemas, pero no es coherente con nuestra fe.
Los relatos de la Navidad nos recuerdan que Dios se vale de todas las clases, edades y razas para dar a conocer al mundo que nuestro Salvador ha nacido. Ese es hoy nuestro reto, anunciar y proponer desde el respeto y la tolerancia, pero sin conformismos ni ambivalencias, la Palabra que nos salva: en lugares de trabajo y ocio, prensa, cine, series, literatura… porque Dios ha querido venir a la historia, también a la nuestra.