“Cuando llegaron al lugar llamado de la Calavera, los crucificaron a él y a los malhechores” (Lc 23,33)

Ese monte de cruz, amor y llanto. Un lugar cargado de densidad. En él está el amor fiel y atravesado de una madre, la fidelidad de un discípulo y el coraje de aquellas que no abandonan; la esperanza herida de un ladrón bueno y el rencor ciego de un mal ladrón; el reconocimiento asombrado de un centurión, la burla incrédula de quienes no son capaces de comprender y piden pruebas; la indiferencia de quienes se reparten tus ropas; y, sobre todo, una muerte que es consecuencia de una forma de vida; una entrega que se fue haciendo de gestos, palabras, y obras; una vida que, pese a la apariencia de fracaso, va a explotar imparable; una entrega confiada en las manos de un Dios que, siendo misericordia, no puede dejar de serlo aunque todo haga pensar lo contrario.

Señor, enséñame, en los Gólgotas de este mundo, a seguir apostando, gritando y proclamando la VIDA, tu Evangelio, tu promesa… Que aprenda, en estos lugares, a dar la vida (que no es morir, sino vivir de una forma concreta, arraigado en un amor capaz de intuir los vínculos profundos que nos unen).

JESÚS CRUCIFICADO

  Muerto en el yeso muerto,
hablas, vivo, y convocas
nuestras vidas,
Señor Crucificado.
Entre el cielo y la tierra,
distendido, Tú reinas,
bajando en un abrazo
sobre todo castigo,
echado en un lamento
contra toda esperanza,
volando en la victoria
conquistada en la muerte.
Guitarra, tus costillas, grito y canto.
Manos y pies, clavados y en camino.
Caída, en alta dádiva, la fraterna cabeza.

Amor inapelable, más fuerte
que la muerte.
¡Jesús Crucificado  

  Pedro Casaldáliga

 

<<El palacio de Herodes              El sepulcro>>

Descubre la serie Lugares de la Pasión

Te puede interesar