No sé ustedes, pero aun siendo consciente de la existencia diaria de dramas y revoluciones invisibles en los medios de comunicación, esta semana ha sido especialmente dura por lo que visualmente se ha puesto a nuestro alcance.
No pude ver los videos llegados desde Kiev donde morían manifestantes abatidos por francotiradores, ni las muertes de jóvenes estudiantes en las calles de Caracas, ni siquiera la desesperación en las personas cuyas vidas se ahogaban en una playa ceutí, pero sí sentí un inmenso dolor. Y pienso en lo extraordinario de una generación como la mía, la de los 80, en un país como España. No he vivido la guerra, bien es verdad que algunos han vivido y otros hemos sentido la violencia del terrorismo, pero ciertamente la mayoría de esta generación no ha temido nunca por su vida ni por la de los suyos, y de eso tenemos que ser conscientes, primero del privilegio y, segundo, de su carácter extraordinario en tantos siglos de historia.
Pero si algo voy aprendiendo en mi acercamiento a las realidades de otros países, a mi amor por la historia y a la fascinación por conocer la esencia humana es que este factor de paz depende de hilos a veces no tan sólidos. Sin embargo creo que tenemos que aprovechar esta conciencia de paz de las generaciones actuales y venideras, e ir dando relevancia a la importancia del diálogo, del respeto a lo diferente, de la conciencia política, del valor de las palabras, del sentido de justicia, del silencio y la meditación para alcanzar una conciencia plena. Creo que tenemos una oportunidad y una responsabilidad que asumir, y al menos así no traguemos tan fácil con el no hay para todos, 30.000 subsaharianos preparan el salto a Europa por Ceuta y Melilla, el privilegio del poder, el conmigo o contra mí, o esto es lo único que se puede hacer que si algo provocan son muros e impotencia que terminan desembocando en odio y en ira. No, nuestro evangelio habla de amor.