¿Existe algo así como un ‘odio santo’? ¿Cuántas veces has visitado una página web o un blog y has pasado un tiempo leyendo –y sintiéndote– entre entretenido o indignado con la amplitud de comentarios llenos de odio, chistes sarcásticos, vulgaridad, dobles sentidos, etc.? A veces incluso habrás tenido la tentación de responder y empezar un debate intenso y bastante inútil con interlocutores desconocidos, que solo servirá para confirmarte en tus propias convicciones, además de darte un saludable sentido de alivio por haber cuestionado la ignorancia o ineptitud de otros.

El que tenga alguna experiencia en redes sociales o blogs sabe que hoy están infestados de comentarios llenos de odio o insultos (también conocidos como el discurso del odio). Alguien, alguna vez, en algún blog, llamándose ‘católico’, ha empezado a valorar este discurso del odio como una forma de protesta legítima y valiente contra la deriva ‘modernista’ de la Iglesia, aludiendo incluso a la parresía (discurso claro) de Jesús y algunos de los santos –como santa Catalina de Siena– contra la corrupción de sus épocas.

¿Es correcta esa justificación? Tomemos el ejemplo de santa Catalina. En una carta al papa Urbano VI (en el siglo XIV) escribe «Querido y Santo Padre… Ahora es el tiempo de desenfundar esta espada; odiar el vicio en usted y sus gentes, y en los ministros de la Santa Iglesia… al menos, Santo Padre, que su desordenada forma de vida y sus malvados hábitos y costumbres sean erradicados por su Santidad». Hay una condena ahí, y una muy clara. Sin embargo, ¿qué diferencia esta carta de las que he aludido antes? No encontramos odio ni ataques personales. Tan solo una condena firme y amable de acciones y actitudes.

Los ataques incendiarios y personales hacia los ‘herejes’ no han faltado en la historia de la Iglesia, y me parece que algo así parece estar ocurriendo hoy en internet contra el papa y otras figuras de la Iglesia cercanas a él. El papa, y un cardenal tras otro, son insultados tan genéricamente como lo son los inmigrantes, el actor irritante de Gran Hermano o uno de los concursantes de Factor-X. En otras palabras, el hecho de que internet da la misma importancia a cualquier contenido significa que ya no se discute sobre hechos o ideas, sino sobre personas, que son directamente atacadas. ¿Es posible ejercer el disenso en la Iglesia de este modo, haciéndolo pasar por ‘Furia Sagrada’? La respuesta es clara: ¡No! El discurso del odio, entendido como ataque público, a menudo anónimo, no a lo que alguien hace sino a lo que alguien es, no tiene nada de cristiano, incluso si la persona afectada fuera en realidad un ‘apóstata’, ‘hereje’ o cualquier otra cosa. El objetivo del discurso del odio no es la corrección o la reconciliación, sino la destrucción y humillación del adversario. ¿Hay algún antídoto disponible? San Pedro Fabro, jesuita y uno de los primeros compañeros de san Ignacio, aconsejaba a quienes iban a trabajar entre los luteranos que, antes de decirles nada directamente, debían «tener gran caridad por ellos y amarlos de verdad».

Una mirada de verdad abierta a quienes creemos que están equivocados probablemente recibirá –todo sea dicho– menos me gusta en Facebook, pero podría cambiar sus corazones más que mil condenas.

Articulo publicado originalmente en Project 22

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