Jesús… «sabiendo que el Padre le había puesto todo en sus manos y que había salido de Dios y a Dios volvía, se levanta de la mesa, se quita sus vestidos y, tomando una toalla, se la ciñó. Luego echa agua en un lebrillo y se puso a lavar los pies de los discípulos y a secárselos con la toalla con que estaba ceñido» (Jn 13, 3-5).

Jesús sigue abajándose para acogernos tal y como somos. Y lo hace con un gesto que sigue siendo desconcertante hoy en día como lo fue para Pedro. Dejarnos tocar y lavar los pies por Jesús es darle acceso a esa parte de nuestra vida con durezas, que sufre, que se endurece, donde hay fricciones o heridas por el camino. Mostrar esa parte nos hace vulnerables. Y Jesús, Verbo Encarnado, Hijo de Dios haciéndose uno de nosotros, nos muestra el camino del Amor hasta el extremo muriendo en la cruz. Sólo desde la humildad de abajarnos, de dejarnos tocar nuestra vulnerabilidad por Él y con Él, podemos acercarnos al hermano para amarle sirviéndole como Jesús hizo con nosotros. De igual a igual, sin prejuicios, sin soberbias, solo en una entrega y compromiso personal desde la Misericordia de Dios, que genera vínculos profundos y verdaderos.

«En verdad, en verdad os digo: quien acoja al que yo envíe me acoge a mí, y quien me acoja a mí, acoge a Aquel que me ha enviado» (Jn 13, 20).

Pidamos esta Gracia de poder entregarnos y acogernos en nuestras vidas con Él y como Él, unos a otros.

 

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