A los pies de la cruz aquel centurión romano reconoció que Jesús era, ni más ni menos, el Hijo de Dios. A los pies de la cruz las mujeres se convertían en las mejores transmisoras de la fe, capaz de empapar su alma con lágrimas e intuir la luz en medio de la oscuridad más absoluta. A los pies de la cruz jugaban los soldados, sin saber que a pocos metros se fraguaba el destino de la humanidad.
De lejos los apóstoles contemplaban cómo sus sueños se caían al mismo tiempo que su maestro era bajado inerte de la cruz. De lejos, los ciudadanos del imperio y judíos hablaban de lo humano y de lo divino, teorizando en ideas alejadas de la realidad cómo solucionar problemas desde la distancia. De lejos, encerrados en sus fríos palacios, autoridades de diversa índole traicionaban la verdad y dejaban los problemas de conciencia para otra ocasión. De lejos, muchos pobres, pecadores y miserables volvían sin saber muy bien dónde desconsolados porque sus deseos de vivir en el Reino de Dios se venían abajo con aquel mesías que les llegó a ilusionar por momentos.
Y así, más de 2000 años después, ya sea a los pies de la cruz o de lejos, el mundo sigue girando demasiado rápido. En nosotros está el poder acercarnos a Jesús, el Señor, un Dios que dio la vida para mostrarnos qué es la misericordia y un hombre que entregó la vida por la causa más justa de todas. Ojalá en este Viernes Santo, y en todos los que la vida nos depare, no dejemos de mirar una cruz que nos invita a vivir por amor y nos marca el camino hacia una resurrección que aún está por llegar.