Este año se nos presenta a los miembros de las Fuerzas Armadas, como al resto de los cristianos, como una oportunidad para la renovación espiritual, y poder así revivir nuestra vocación de servicio a los demás. Esta vida, caracterizada por los sacrificios y la permanente disponibilidad en favor del prójimo, tiene muchos vínculos con el modo de vida cristiano, aunque a alguno le suene extraño. Y es que nosotros, desde los militares a las fuerzas de seguridad, hemos jurado proteger a nuestros ciudadanos hasta la última gota de nuestra sangre, intentando vivir aquello de “Nadie tiene mayor amor, que quien da la vida por sus amigos” (Juan 15,13).

En el presente año se invita a todos los militares a la oración y reflexión sobre nuestra misión en la sociedad en la que vivimos. Algo que pasa por la defensa de la paz, tanto en el ámbito nacional como en el internacional, con el objetivo de construir una sociedad cada vez más segura, estable, pacífica, y de esta forma más próxima al sueño de Dios. Sin olvidar, por supuesto, cómo la Eucaristía, la reconciliación, y especialmente las indulgencias -que nos hablan de la misericordia de Dios-, son los puentes que nos recuerda la Iglesia para alcanzar esta meta que nos exige nuestra vocación de servicio.

Más allá de ser compañeros de servicio -y de armas cuando la realidad lo exige-, el Jubileo también nos une a los militares como comunidad de fe, purificando nuestro propio ser. Es un recuerdo de la importancia de la misión común que compartimos. Una misión que no se limita únicamente a lo terrenal, sino que proyecta nuestra actuación hacia algo más que nosotros mismos. En definitiva, un recordatorio que nos lleva a vivir descentrados, a vivir para los demás hasta el último aliento de nuestros días

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