De un modo u otro siempre dejamos huellas, unas perceptibles a simple vista y otras no, unas trascendentes y otras perecederas.
Hoy habitamos y discurrimos por el mundo virtual, ahí también dejamos huellas.
Nuestras publicaciones, clics, visitas web, fotografías y vídeos entre otras muchas cosas, constituyen nuestras huellas digitales bastante perceptibles en el cyberespacio.
A diferencia de nuestras huellas en la arena o en los senderos, nuestras huellas digitales no desaparecen con facilidad. Quizás la velocidad con que transitamos nuestra time line nos da la sensación que lo que dejamos detrás se va borrando con el tiempo. Esto no siempre es así, en su mayoría nuestras huellas digitales siguen en el mundo virtual y dan cuenta, de manera no siempre exacta, de quiénes somos, qué queremos y qué hacemos.
En el transcurrir de nuestras vidas nos vamos transformando, pero nuestras huellas digitales en cualquier momento pueden revelarse e invadir nuestro presente con nuestro pasado.
Nuestras huellas también pueden ser desafío para los demás. Hace poco conocí a una persona que perdió a un ser querido, esta persona recurría constantemente a las huellas digitales del ausente. De algún modo estas huellas le hacían ‘presente’ al ausente. Mensajes, imágenes, audios, vídeos, sentimientos venían del pasado actualizándose como un ‘presente’ que el deudo difícilmente alcanzaba a procesar.
Los elementos tangibles que poseemos de un ausente, nos obligan a hacer una re-lectura de sus recuerdos, que solemos acomodar en la memoria como aspectos a rememorar para bien o para mal, lo demás lo dejamos ir. En el pasado nuestras huellas se limitaban a un texto, una fotografía, quizás algún vídeo, pero sobre todo quedaban referidas a los recuerdos conservados en la memoria. Hoy nuestras abundantes y no perecederas huellas digitales complican el proceso de acomodar el pasado, las huellas son tantas, tan accesibles y tan cargadas de sentimientos, que no será fácil re-acomodar tanta información afectiva que parece como instalada en el presente.
Imaginemos que en este momento, sin aviso alguno, somos sustraídos del mundo. Todas nuestras huellas digitales quedaran accesibles a todos para siempre. WhatsApp, Facebook, Twitter, Youtube y muchos más espacios podrán ser recorridos una y otra vez por los demás. ¿Qué dirán nuestras huellas de nosotros? ¿Qué vendrá al presente que había quedado en el pasado? ¿Serán capaces los otros de borrar nuestras huellas digitales? ¿podrán dejar nuestras huellas en el pasado y acomodarlas en la dimensión de recuerdos o serán traídas una y otra vez al presente? ¿Cuál sería el impacto de nuestras huellas digitales para nuestros círculos relacionales más cercanos?
Las huellas digitales son también un desafío para relaciones que damos por terminadas, para rupturas deseadas. En estos casos se hace un intento de eliminar las propias huellas, cientos de gigas son botados a las papeleras cibernéticas. Sin embargo, hemos dejado huellas en «veredas digitales ajenas» u otros han recogido nuestras huellas digitales en sus propios ‘territorios’; en esos espacios ajenos poco podemos borrar.
Siendo conscientes de la realidad no perecedera de nuestras huellas digitales y de lo que ello significa para nuestro presente y futuro, hagamos el ejercicios de mirar nuestras huellas de este año que está terminando. Mucho nos dirán sobre quiénes hemos sido, qué hemos expresado que somos y en dónde hemos puesto el corazón en este 2017.