Mucha gente prefiere Snapchat a WhastApp u otras redes sociales porque el contenido se evapora al cabo de un tiempo. ¿Cuanto tiempo necesitamos? ¿Un minuto? ¿Dos? ¿Lo controlamos a voluntad? Men in Black. Un aparato moderno, un proceso tan sencillo como tocar un botón y ¡puf! El pasado está borrado.
En esta deriva en la que parece que las relaciones sociales pasan por filtros, que la felicidad se basa en elementos cuantitativos y que la filosofía cabe en 140 caracteres, el riesgo es que el próximo paso sea la volatilidad de la comunicación. El ser humano ha tardado miles de años en desarrollar un sistema de comunicación tan complejo como el escrito que manejamos hoy en día, muy probablemente, como parte de su búsqueda de trascendencia, de su interés por dejar huella, por sobrevivir a su memoria. Esa memoria escrita, personal y colectiva, es riqueza para seguir avanzando. Somos lo que somos por ciertos escritos. El actual sistema de valores tradicionales occidental se basa en una compilación de textos y cartas de hace más de 2000 años. Y sabemos de dónde venimos por restos de emoticon grabados en una cueva en Altamira, en un palo en Ishango o sobre unas paredes en Egipto.
Lo escrito tiene un peso, porque queda. ¿O es que en tiempos de obsolescencia programada, también nuestra palabra tiene un tiempo de amortización? En tiempos de sociedad líquida, ¿también nuestra palabra puede escurrirse y evaporarse? ¿Dos minutos es el plazo que le damos a la expresión de lo que guardamos dentro? ¿Dos minutos para hacer desaparecer un lo siento o un te quiero, sin dejar huella?
El riesgo es pensar que, efectivamente, lo que eliminamos de una pantalla, ya no existe. Pero no todo tiene vuelta atrás. Y lo que borramos, no lo vemos, pero no desaparece.